El Stranger than fiction de Bad Religion es el mejor disco que se haya grabado en los noventas dentro del movimiento skate-punk californiano y no estén chingando con que no es cierto.

Me acuerdo la primera vez que lo escuché. Iba en carretera de Hermosillo a Navojoa después de unas vacaciones de diciembre. Me lo había regalado mi primo Miguel, «el Muerto», quien en esos tiempos era un skate pesado de la revo, y también mi gran distribuidor de material punkoso californiano que yo orgulloso llevaba a rolar con mis compas de Navo.

Puro chuqui me rolaba el Muerto, que también era el cantante de una banda de punk local llamada Fourda, y esa vez del Stranger than fiction no fue la excepción.

Lo saqué de la mochila, observé la portada de copia a color, y ahí estaban los cinco integrantes de Bad Religion, la banda más respetada por los fans debido a la seriedad y la profundidad de sus letras filosóficas, y sus melódicas guitarras distorsionadas acompañadas de veloces ritmos. Puras rolas pa’rriba, pero llegadoras.

Lo puse en mi walkman Sony. El casete era de esos cromados, los que se usaban sólo en ocasiones especiales; y seguramente el Muerto consideró que, debido a la importancia de la banda en cuestión, debía grabármelo en uno de esos, que además eran más caros.

Hundí el botón play. «Incomplete» era la primera rola. Rápida, corta, que avance. Luego viene la segunda «Leave mine to me», y yo ya le iba agarrando el ritmo al casete, mientras que por la ventana la panorámica mostraba los cerros y el monte sonorense a la luz de la mañana fresca. El hijo adolescente de en medio, inmerso en su propio mundo en el asiento trasero del carro, con los audífonos puestos durante el viaje familiar.

Para la tercera rola yo ya sabía que ese iba a ser uno de mis casetes favoritos. En ese momento, lo que yo quería era llegar a Navojoa para ir con mis compas y escucharlo acompañado de unas ballenas del expendio de Don Bigotes; al cabo que con 20 bolas que pusiera cada quien se hacía la peda en la casa del Pingüino, mientras su jefa chambeaba toda la noche en la taquilla de la central camionera.

«Algunas veces la realidad es más extraña que la ficción», alcancé a entender durante el tramo pasando por San Carlos, creyendo que el señor Greg Graffin -el maestro universitario en leyenda urbana que corrió de boca en boca antes de Internet-, podría referirse a la horrible realidad de las guerras, la violencia y la decadencia de la sociedad de fin de siglo.

Luego vivieron «Tiny voices», «The Handshake», «Better of Dead», «Infected». Todas las rolas me estaban gustando. Mientras leía las letras de las canciones para írmelas (sic) aprendiendo y trataba de darle sentido a las fotos de una mano sosteniendo un ratón de laboratorio y otra sosteniendo un cerebro. Era el momento existencialista del viaje.

Y así se fueron los primeros 30 minutos del lado A, entre las líneas blancas del asfalto carretero y los labios de mis hermanos moviéndose sin saber qué estaban diciendo. Luego, a voltear el casete en el tramo entre Guaymas y Obregón. El soundtrack del viaje, el Stranger than fiction, finalizó unos kilómetros adelante.

Luego de la última rola, la del niño digital del siglo XXI, ya no había otras grabadas de relleno como en otros casetes. El Muerto bien supo que no las ocupaba.

Más para agarrarle amor a la banda. Por eso Los Skalos (el primer grupo ska punk reggae en la historia musical de Navojoa, en el que yo tocaba el bajo), fusilábamos la clásica de clásicas: «American Jesus», aunque el Punkchito le inventó la letra en su propio inglés.

Hasta el día de hoy, el Stranger than fiction (Epitaph, 1994) me sigue moviendo sentimientos. La velocidad, la melodía, la buena voz. Así igual que desde aquél entonces, hace más de 20 años, cuando llegué con él a Navojoa y mis compas lo empezaron a grabar de casete a casete cada vez con más gis. Así igual como cuando yo, embargado de emoción, me hice una camiseta con el logo de Bad Religion a puro pulso, con las pinturitas de esas que vendían en las mercerías del centro.

Por Abraham Espinoza

En los noventas, no todos los casets que uno grababa ameritaban una copia a color de la portada. El Stranger Than Fiction sí la ameritaba

La portada del Stranger than fiction (Epitaph, 1994)

Los Skalos fusilaban a Bad Religion. Como frontman, el Punkchito (a) ícono del punk en Navojoa, inventaba las letras en su propio inglés

El logo que me aventé a puro pulso

El caset cromado era de los más caros en los noventas

Sobre el autor

Abraham Espinoza (Hermosillo, 1979) es comunicólogo por la Universidad de Sonora. Es autor del libro Relatos y Crónicas Infonaviteras. Es también autor de una trilogía de cortometrajes y productor de videos musicales. Ha colaborado en distintos medios culturales. Fue bajista de La Chinaka y Chicovar. Actualmente es guitarrista en el grupo de rap Son40, donde ha participado en dos producciones.

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8 comentarios

    1. Él es el el Muerto!!!! Saludos primo ojalá todavía tuvieras esa caja llena de casetes, verla era muy emocionante para mi, me acuerdo!!, saludos primo!!

  1. Supinchimadreloco! me moviste un putero de cosas.

    Que fluidez, así se describen las cosas que te marcan, de un plumazo y sin mamadas.

    Gracias (dispensen mi francés, me salió del alma)

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