Me desperté a las 10:43 de la mañana. Ni ganas tenía, pero lo primero que hice después de quitarme las lagañas fue tomar mi pipa y cargarla. Me gusta observar las extrañas danzas del humo invitándome a liberarlo de su jaula de cristal, como un sensual mantra-ritual que dice “los besos, el sexo y la verdad, duros”. Y la besé como siempre, con fuerza y determinación. Todo o nada.

Es raro, en ocasiones fumo hasta sin ganas, mecánicamente. Como si todas las células en mi interior condujeran mis brazos para alimentarse al iniciar su día y continuar trabajando en la búsqueda de que este autómata siga obedeciendo sus órdenes. Como si no se conformaran con solo satisfacer su necesidad, sino también con saber que, al hacerlo, me convierto exactamente en lo que más odio. Lo gozan, lo sé. Encima que solo me usan para complacer su vicio, se ríen de mí. 

Satisfacción, tranquilidad y evasión.

En 48 horas había dormido a lo mucho cinco o seis e Irónicamente, por quedarme dormido falté a mi trabajo por tercer lunes consecutivo por lo cual tengo asegurado una vez más un aburrido sermón del supervisor, un oficio de extrañamiento y otro gran hoyo en mi salario. ¡Me vale verga el mitotero del supervisor y los mamones de mis compañeros! 

Como si lo más preciado fuera el trabajo. Como si no existiera otra cosa que trabajar como burros de noria y su mundo fuera perfecto. Que hay que estar agradecidos con la empresa y el patrón. ¡Que se vayan a la verga también! Esos lambiscones nunca entenderán que solo les importa nuestra fuerza y nos explotan a cambio de un miserable sueldo. 

Si ellos están de acuerdo y les gusta, está bien. Odio cada que intentan imponerme su mediocre filosofía laboral. No los juzgo por eso, el sistema educativo se encarga de aleccionarnos y programarnos durante 20 años de nuestra vida para que seamos esos empleados agradecidos y obedientes que solo ejecutan órdenes, y el seno familiar se encarga de reafirmarlo. Yo solo pido que dejen de meterse con mi vida y que cada quien se ocupe de alimentar sus egos y calmar sus ansiedades de la forma que más convenga. Odio mi trabajo, odio a los barberos de mis compañeros y odio a este sistema que premia al que obedece y reprime al que cuestiona.

Estoy aturdido y cansado de pensar. Mis músculos están endurecidos y me duelen las piernas como si hubiera subido una montaña. Solo deseo seguir recostado en mi cama viendo el techo mientras las horas avanzan y el día se desmorona, seguir fumando y no ver a nadie.

Confusión, inactividad e introspección.

Las cortinas impiden la entrada de la luz solar pero el zumbido de las moscas interrumpe el equilibrio inducido. Lo obligan a recordar que se gastó el dinero de la quincena y la pensión alimenticia en alcohol y cristal. 

Desgano, soledad y dolor de cabeza.

¡Qué loco! Cómo cambian las cosas: antes me confortaba estar con mi familia, tener la alacena llena, hacer carnes asadas en el patio e invitar a mis amigos. Hoy solo me consuela tener con que cargar la pipa y asegurar el fume. 

Soy lo que tanto odio, un artilugio egoísta y obediente. ¿Otro beso? ¿Quién soy yo para negarme?

Texto de Efraín Patiño

Fotografía de Luis Gutiérrez, cortesía Norte Photo

Sobre el autor

Yumano. Maestro de primaria. Trotamundos de tocadas y cantinas de mala muerte. Amante de las cumbias y el death metal. Reportero odiado y cimarrón. Director de Autonomía Comunicacional AC. Buho. Carece de realismo y autocontrol. Es simplemente un manojo caótico de deseos primarios.

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