Presentamos los primeros párrafos de la nueva obra de nuestro fiel colaborador, Jesús Félix Uribe García

¡Compren ya!

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Clavó las espuelas en los ijares de la montura como sólo un perseguido puede hacerlo, con el apuro de poner más tierra de por medio, de alargar la distancia y encontrar los remedios que detengan la carrera. Lo hizo mirando hacia atrás para descubrir que la nube de polvo ya no viene tras él. Monta un buen caballo, de noble alzada, ex propiedad, por lo pronto, del teniente de presidiales de Fronteras, una tal Moradillas. El noble bruto sintió el movimiento del trasero de Rodrigo en su lomo, silla de por medio, como secreta indicación de pegar la carrera por un angosto sendero bien protegido por los mezquites rumbo al rancho de Tahuichopa. Corre que corre, poniendo toda la más tierra posible entre él y sus perseguidores, llegó hasta una construcción de adobe que, por el campanario en ruinas, también llegó a la sabia conclusión que fue una iglesia. Los muros despojados del recubrimiento protector muestran impúdicos los adobes… que hasta parece que los hicieron con las primeras tierras separadas de las aguas, compadre. Así de viejos se veían, como dicen luego. Resecos de tanto sol y pocas lluvias se van desmoronando, convirtiendo en polvo. Cruzó la puerta de acceso rematada en arco de medio punto sin bajar de la montura y ya con la carabina en la mano y el cartucho cortado por aquello de las ánimas aferradas en su oficio de buscar pecadores. La poca luz llena de sombras el interior. Resalta los recovecos de las molduras y los requiebros y caprichos de tanta vuelta y revuelta hechos de cal y con sus filos dorados. Parece un buen refugio para pasar la noche. Los cascos del caballo golpean algunas baldosas que aun hacen las veces de piso o se callan al hundirse en la tierra donde ya han desaparecido. Caracoleó el caballo buscando en la penumbra los peligros que siempre acechan a los que por angas o mangas andan huyendo. Y de la penumbra salió la voz como si viniera de otra pesadilla, muy parecida a la que lo trae metido en estos berenjenales. 

-Quiubo muchacho… parece que lo anda siguiendo el diablo.

El alma de Rodrigo pegó un respingo y abrió tamaños ojos voltiando pa’ todos lados. Aunque ya acostumbrado a tales desafueros de la aparente tranquilidad de esta clase de malandros que le tocó en dudosa suerte custodiar, no dejó de alertar el instinto de conservación y regresó pronta al cuerpo. Porque ha de usté saber mi amigo, que en estas tierras se requieren de almas que se desprendan del cuerpo pa vigilar el entorno. Para dar pronto aviso sobre cualquier posible peligro que ponga en riesgo los huesos y las coyunturas del cuerpo bajo su protección. 

-Me anda siguiendo el teniente Moradillas…

-No… pos mejor fuera que lo anduviera siguiendo el diablo muchacho, es menos bruto que ese cabrón. 

-Lo conoce…

El viejo se quitó el sombrero, uno de esos de palma tejida que hacen en los pueblos pa esconderse del sol y ocultar las miradas, pasó la mano por la cabeza como acariciando algunos recuerdos, de esos que no quieren irse y se aferran en seguir fastidiando. La mano iba hacia atrás mientras su testa, ya blanca de canas, iba hacia el frente buscando la poca luz del interior del templo en ruinas.

-Que si lo conozco. Aquí lo traigo bien grabao en medio de la cabeza.

-Adio… pos no lo veo.

Lo que trae sobre lo alto de la cabeza es una cicatriz del tamaño de una buena madriza. De’sas que no se olvidan. Recorre desde la media del parietal derecho hasta la parte alta de la testa. En la parte baja es apenas perceptible y se va abriendo en la medida en que sube sobre la redondez del cráneo. Es como una gota cayendo hacia arriba, retando la fuerza de la gravedad. La tocó con suavidad sintiendo la piel despojada del cuero cabelludo. Sintiendo el regreso lento de los recuerdos. Guardó silencio y llevó la caramayola a la boca y se regaló un largo trago de mezcal, pa’ agitar el seso y dejar que los demonios del pasado le acomoden las entendederas y le platicó la historia. Le dijo que había sido presidial en el pueblo de San Miguel Arcángel de Oposura, allá, en lo más cabrón de la sierra y a orillas del río Yaqui y que todos los días en la mañana salían en patrulla a hacer la ronda en los alrededores del pueblo. Una de las tareas de la Compañía tratando de evitar las sorpresas de los bárbaros apache sobre aquellos pueblos incomunicados del resto del mundo por cordilleras y serranías, que se suceden y suceden hasta donde la vista se tiende por la imaginación… pa completar el resto mi amigo. Una de esas mañanas, le dijo, al dar la vuelta en un recodo escondiendo el camino delante con altas peñas, se toparon de frente con una partida de apaches. Unos cuantos metros separaban un grupo del otro y las miradas salvaron la distancia sumidas en el silencio de un encuentro inesperado. Fueron algunos segundos los que transcurrieron entre el encuentro y el grito del Santiago del teniente Moradillas. Los apaches, tan bien armados como los presidiales, recularon y pegaron la carrera en franca huida. El teniente picó espuelas y salió en persecución de aquellos salvajes asolando los pueblos y rancherías de la auto llamada gente de razón. Los presidiales hicieron lo mismo, pero de regreso pa’l pueblo. Al llegar a la plaza se dieron cuenta que faltaba el teniente… el pendejo se fue él sólo corretiando a los apaches compadre… fíjese nomás.

FICHA BIBLIOGRAFICA.

RODRIGO CORONADO. Sobre aquel horizonte de miradas movedizas.

Primera edición. 2006.

Segunda edición. 2022.

104 paginas. 22.5 centímetros. Engrapado.

Costo 100.00 M. N.

Whatsapp: +52 1 662 201 3659

 

Sobre el autor

Arquitecto, editor y cronista de Hermosillo

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