Así concluye la cobertura especial del Desierto para la Danza por Claudia Landavazo para Crónica Sonora

Muy agradecidos 🙂

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Ciudad de México.- Ese día, el Desierto empezó desde las seis de la tarde en el teatro de la ciudad con InQba de Sara Tolosa/Perla López Peñuelas y Ponle play de Estefanía Iglesias Barceló. Después cruzamos a la Sala A del Museo de Arte de Sonora para asistir a Isla Lum de Isabel Rangel y cerramos la tarde en la plaza central del MUSAS con Flicker de Magdalena Leite y Aníbal Conde.

Desafortunadamente no me fue posible permanecer hasta el domingo para la clausura de la Muestra, el sábado era mi último día en Hermosillo, me sentía contenta y agotada. La intensa jornada como espectadora, intentando traducir cada vivencia en palabra escrita,sin contar con el tiempo necesario para dejar que lo recibido desde el espacio escénico tomara un lugar sereno para expresarlo, provocó la sobre estimulación de mi caja de resonancia emocional.

Les comparto, además, que llegué al teatro con una ligera punzada en una muela (que se fue incrementando con cada propuesta que veía), que salí del MUSAS disparada a una farmacia, y que por suerte me invitaron a una reunión que me brindó el espacio y la compañía adecuada para descargar libremente mi estado de intolerancia, enojo y frustración que aguanté estoicamente durante un poco más de 3 horas de propuestas escénicas que en ese momento me resultaron indigeribles.

En ese contexto, el trabajo de Estefanía Iglesias, Ponle play, con todo lo que a mi consideración tiene aún por trabajar, me parece una propuesta que en su honestidad y sencillez tiene una clara intención de integración y participación de las personas convocadas.

De todo lo demás me quedo con una serie de reflexiones y sensaciones muy incómodas, pero como con todo lo que me incomoda, con información que me siento comprometida a atender, consciente de que este es un ejercicio personal que me estoy permitiendo colectivizar para expresar cuestionamientos, inseguridades, frustraciones y (con la pena) hasta envidias…

Asistentes a Ponle play, de Estefanía Iglesias

De manera muy general puedo decir que a lo largo de mi trayectoria en el contexto de las artes escénicas, he vivido como intérprete y espectadora una intensa transición que ha abarcado desde la preponderancia de las técnicas, estilos y géneros a las potencias del cuerpo en escena; he vivido y experimentado la problematización de conceptos y principios que parecían inamovibles con respecto a lo que se valida y lo que no como propuesta artística; he compartido el cuestionamiento de los espacios y territorios desde donde se realizan estas validaciones; he disfrutado cómo se han ido desdibujando las tan traídas y llevadas fronteras interdisciplinarias; también cómo se ha diluido el rol del intérprete, creador escénico, director, coreógrafo, bailarín, actor, performer, en inagotables intentos de nombrar de una manera que nos represente en eso que hacemos, defendiendo la libertad para inventar los caminos para expresarlo.

Esta desestabilización e incertidumbre ha generado una riquísima variedad de búsquedas y posicionamientos. Nos inventamos territorios propios desde los cuales nos es posible expresar y compartir. Como creadores o público, algunas de estas perspectivas nos convocan y otras no. Este margen de posibilidades infinitas es algo que yo agradezco y valoro, no solo en las artes escénicas sino en todos los aspectos de la vida.

El público de Flicker, de Magdalena Leite y Aníbal Conde

Entonces, me pregunto, ¿por qué desde este piso tan consiente de mi parte, y con el que estoy tan de acuerdo, mi cuerpo sigue reaccionando con enojo ante ciertas propuestas? Me parece que no es cuestión de preferencias, porque me pasa, y mucho, que ante algo que no me gusta puedo reconocer, valorar y disfrutar aspectos del trabajo, aunque no coincidan con los principios que yo procuro. Y salgo de esas funciones pensando y sintiendo: “Felicidades compañeros por pararse ahí, por proponerme algo que para ustedes es importante, por convocarme y considerarme en su creación, en su experimento. Gracias, han aportado algo significativo a mi vida; o no, pero gracias por hacerme parte de su pasión y de su búsqueda”.

Hay una parte de mí que de verdad así lo siente y que admira y respeta profundamente a todo aquel que se planta y dice: “Tengo algo que quiero compartir, es esto.”

Pero en ocasiones como esa tarde a la que me refiero, me sorprendo sintiéndome engañada, burlada, ofendida, desvalorada como persona que participa, que reserva y planea un tiempo de su vida para estar con otros y otras que buscamos, necesitamos algo de esto que tiene que ver con el cuerpo, con la vida, con las conexiones… Es como un olfato que me dice que eso que presencié no fue lo mejor que pudieron hacer, que no quisieron, que se conformaron o se rindieron en una parte del proceso, o simplemente no lo consideraron necesario.

Público de Isla Lum, de Isabel Rangel

Y desconcertada ante mi propio enojo, trato de recurrir de nuevo a la otra voz: «Es parte de la libertad, si no te conecta no es para ti, a otras personas sí les pasó algo, sí lo disfrutaron, sí les pareció convocante y suficiente… Todo bien, hay más. Hay mucho, hay algo para cada persona».

Esto lo vivo más seguido de lo que quisiera y no me gusta. Me siento atraída y convocada por las reflexiones y posturas plasmadas por escrito en los programas de mano o en las redes, y luego me encuentro en ese estado de decepción y enojo que me limita como creadora… Porque no quiero que nadie sienta eso con lo que yo hago, entonces mejor no hago… y es triste y desolador. Entonces revierto el enojo a mi propia persona y a mi falta de ¿valor? ¿cinismo? ¿autoestima? ¿confianza? ¿creatividad? ¿desfachatez?… Por eso mencioné la envidia al inicio.

En fin, me quedo muy agradecida con esta vivencia, con estos diez días en los que mi vida fue ver, sentir, compartir y escribir danza. Muy contenta e impresionada de la cantidad de artistas y propuestas, de las redes de apoyo con las que cuentan los jóvenes que se inician en esta odisea, de la apertura e interés por parte del gremio sonorense por seguir moviendo, cuestionando, experimentando y preguntando acerca de este territorio que nos apasiona, el del cuerpo y sus posibilidades.

Larga vida al Desierto para la Danza y para todas las personas que lo hacen posible.

Agradezco de todo corazón a Crónica Sonora, o sea a Benjamín Alonso, por su gran apoyo en el trabajo editorial y por posibilitarme un espacio de confianza y motivación para compartir mis reflexiones y sentires.

Por Claudia Landavazo

Fotografía de Juan Casanova/ISC

Asistentes a Relieve, de Kenia Noriega, en la última jornada de Un Desierto para la Danza 26

Sobre el autor

Claudia Landavazo vive en la Ciudad de México y es egresada de la carrera de Letras de la UNISON. Bailarina y coreógrafa de danza contemporánea, actriz de vez en cuando y se dedica desde hace algunos años a dar clases y al trabajo en comunidades y grupos vulnerables a través de la danza. Forma parte de CARPA Colectivo, donde desarrolla la metodología en Artes de Participación.

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2 comentarios

  1. Me parece un acierto la colaboración de Claudia Landavazo cubriendo la Muestra Internacional de Danza Un Desierto para la Danza 26. Felicito a Crónica Sonora por el tino de haberla convocado. Uno de los elementos que permiten al arte crecer socialmente, es la reflexión organizada. En este aspecto, Claudia posee un perfil que combina con equilibrio un conjunto de cualidades profesionales que ella utiliza con habilidad técnica y mesura política. Estoy seguro de que los lectores de Crónica Sonora, en conjunto, hemos experimentado ahora, con un ingrediente adicional muy favorable, un acercamiento a la danza escénica que nos ayuda a entender-nos como espectadores y a apreciar con menor prejuicio. ¡Gracias, Claudia!

  2. Gracias por tu reflexión, mi estimado Juan.
    Y ya sabes, cuando quieras (volver a) ser parte de la pandilla serás muy bienvenido.

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