Hermosillo, Sonora.-

Hace tiempo, en medio de una discusión en clase, un compañero nos preguntó “¿somos una comunidad?”. Ante la falta de respuesta, agregó que, en su caso, no se sentía parte de ninguna comunidad; a pesar del constante bombardeo institucional diciendo lo contrario. Entonces ¿qué significa pertenecer a una comunidad? ¿el compartir clases? ¿el pertenecer a la misma institución? ¿estar estudiando la misma carrera? ¿Solo eso se necesita? ¿Eso es comunidad? Tiempo después, la misma pregunta surgió en otra clase, pero, en esta ocasión, no fue el silencio lo que siguió, sino una genuina curiosidad por darle respuesta a una pregunta, aparentemente, sencilla. 

Aunque no se llegó a una respuesta satisfactoria, algo cambio y ese fue el intento de responderla mediante otra pregunta: ¿qué implica formar parte de una comunidad? Si nos vamos por una definición oficial, la RAE la define como un “conjunto de personas vinculadas por características o intereses comunes.” Pero ¿es tan sencillo como eso? ¿Un grupo de personas con intereses o características similares? La sociedad no solo son un conjunto de normas, de personas similares, la sociedad se conforma de individuos y grupos, con rasgos particulares, pero también generales. Un equilibrio entre lo singular y lo plural.

Parece ser, recientemente, una de las palabras favoritas de los medios de comunicación para

Con lo anterior, podría interpretarse que todos formamos parte de una comunidad. Sin embargo, en la actualidad, más que definirse, pareciera que el concepto es utilizado para definir, especialmente por y en los medios de comunicación. Somos testigos del “surgimiento” de un número cada vez mayor de comunidades: indígenas, migrantes, LGBTQ+, etc. Parece ser, recientemente, una de las palabras favoritas de los medios de comunicación para definir a diferentes grupos de personas que, por la forma en que es expresado, son ajenos a la sociedad en su conjunto. Una forma sutil de asimilarlos como los “otros”.

Promocionados en los medios de comunicación, en los eventos académicos, en los festivales culturales, en eventos políticos, pero siempre con la palabra comunidad como estandarte de su presencia. Sin embargo, en el contexto actual, el interés parece dirigirse a remarcar la diferencia de “ellos” con el resto de la sociedad. La continua mención de esto en la publicidad parece formar parte de un plan estructurado para su visibilización. Sin embargo, en la práctica, el discurso que enaltece su presencia, la remarca, casi siempre, como algo exótico. 

Su continua mención parece persuadir de que el reconocimiento de una comunidad es lo correcto, lo que debe hacerse, pero, en ese sentido, siempre parece implicar que no son normales, no son iguales a los “demás”.  Y esto último es lo que causa conflicto: ¿por qué remarcarlo de esa manera? En este contexto, Bauman plantea que el concepto puede ser utilizado como un sinónimo de “debilidad” (2008, pág. 71) y, por lo tanto, de marginación. Individuos cuya visibilización es tan débil que solo funcionan en colectividad y solo como tal, se les reconoce.

pero ejemplifica la idea de que las comunidades son producto de una imposición

Pensemos detenidamente, ¿qué se nos viene a la mente cuando mencionamos una comunidad? La imagen nos dirige a grupos particulares que, en determinados momentos, fueron marcados por un estereotipo, a veces criminalizado, a veces incapacitante. ¿Quién nombro comunidad a los indígenas? ¿a los LGBTQ+? ¿a los migrantes ilegales? ¿Fueron ellos? ¿De quién lo escuchamos primero? Podría parecer algo sin importancia, pero ejemplifica la idea de que las comunidades son producto de una imposición (Bauman, 2008, pág. 107) más que una realidad que busca aceptación. 

Entonces, si es una imposición, ¿aceptar lo anterior significa que las comunidades son una construcción social? Si lo son, ¿por qué es así? ¿cuál es la necesidad de marcar una diferencia? Creo que la respuesta está en la homogeneización nacional, como proyecto de estado, donde solo hay cabida para un idioma, una cultura (Bauman, 2008, pág. 107), una visión histórica y, por lo tanto, todo aquel que no responda a estos elementos debe ser señalado, diferenciado y posteriormente anexado de tal manera que, incluso en su diferencia, la sociedad tenga la opción de reconocerlos e intentar “aceptarlos”, como una obra de benevolencia.  

En esta forma de aceptación, se exhibe de manera implícita que no hay lugar para las comunidades, no se acepta como normalidad y se debe combatir a través de su exhibición como lo diferente, lo anormal. No se muestran como producto de la realidad, sino como una imposición para aquellos que no son adecuados de asimilarse (Bauman, 2008) o simplemente no son capaces. Es decir, se les reconoce artificialmente, porque son miembros de la sociedad, pero no responden a los intereses de esta, son extraños.

De esta manera, se les estigmatiza y, se trabaja de tal manera en el imaginario colectivo que no da cabida a una reflexión profunda sino a una tibia aceptación, porque de otra manera, seria aceptar que formamos parte de un sistema discriminativo y de una superioridad moral, cimentada en la caridad de la normatividad social, por esa supuesta marcada diferencia entre lo que es socialmente aceptado o no. Entonces, ¿qué es una comunidad?

Por Jackeline Duarte, maestra en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora

En portada, retrato de SBR —Sobrevivientes de la Batalla de la Rima—, desaparecida banda de hip-hop de Ciudad Obregón, previo a una presentación en el otrora bello puerto de Guaymas, hacia 1999-2000, de autor desconocido pero proporcionada a este medio por Marco Vinicio Frías López, CEO de DILETTANTES, también desaparecida banda del rap cajemense.



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