El baile conforma una de las manifestaciones más puras de nuestro cuerpo. A través de ésta transmitimos esfuerzo, tenacidad, ritmo, alegría, sensualidad y un sinfín de sensaciones intangibles para el léxico pero apreciables para la mente abierta y receptiva. Es bien sabido que los momentos apremiantes para practicar este arte y divertimento representan una celebración: un instante fuera de nuestras trepidantes existencias para soltarnos el cuerpo y entregarnos a los compases que cadenciosamente nos regalan sus notas para darles la dirección elegida por nuestros movimientos.

El 2 de septiembre pasado, el baile se hizo presente en nuestra capital en eventos diametralmente opuestos. Por un lado, un evento sobrio, casi solemne, en el que la celebración del movimiento precede años de estudio, entrenamiento y dedicación para contar historias, atesorar o destruir concepciones de lo establecido y abstraer la mente para experimentar dentro de terrenos no explorados por el asistente a dicho festejo. Por otro lado, la informalidad reina y se adueña de la pista donde el júbilo se combina con las bebidas alcohólicas y en ciertos casos con diversas sustancias que materializan y regalan nuevos enfoques a situaciones conocidas.

Antares

En el primer caso, la Casa de la Cultura fue el anfitrión de la presentación de la coreografía Tu hombro de la compañía Antares. Recinto que ya sea mucho o poco, es el referente cultural de nuestra entidad.

Muestra de la calidez y ganas de instruir e incitar a los asistentes, el director de la compañía Miguel Mancillas nos regaló una pequeña charla introductoria (por mi poca experiencia en eventos de danza contemporánea, no sé si está práctica se acostumbra en todos los casos) en la que de una manera muy amena y atenta se hizo una breve mención de las presentaciones que se tienen en puerta por el 30 aniversario de la compañía.

Más importante fue su intento de invitarnos a ser receptivos y a percibir los detalles finos de la obra que estaba por empezar. Pero sobre todo, nos imploró que le diéramos una oportunidad a la danza, no importando si la coreografía presentada en ese momento fuera de nuestro agrado o no. Hay una contradicción inherente en lo que el profesional de la danza nos pedía, ¿Cómo puedes querer consumir algo que en un principio no es de tu agrado? Es difícil contestar esta pregunta sin parecer un snob o un pretencioso y posado consumidor de arte, pero como muchas cosas en la vida, el arte en extensos casos es un gusto adquirido; como el café, la cerveza, el cigarro, la lectura, las prácticas sexuales no ortodoxas, la música y muchos otros ejemplos que quizás en un principio no fueron de nuestro agrado pero que al revisitarlos con un bagaje adquirido y una concepción de ideas o de gustos diferente, termina por hablarte de una manera que quizás años o meses atrás, no habríamos contemplado.

En el escenario montado con luces que asemejaban a una marquesina (al menos en mi percepción) y un encuadre cual película de 70 mm, durante poco más de una hora, cuatro bailarines y un cantante nos regalaron su cuerpo y su sudor como objeto de estudio y arte.

Aunque pocas veces he asistido a eventos de este tipo, ésta fue la primera vez en la que realmente sentí una conexión en la que la comunicación ejecutante-espectador era notoria para mí, quizás la temática de relaciones interpersonales que (como Miguel Mancillas nos comentó) era el tópico central dentro de la coreografía, hizo que fuera más sencillo observar y recrear imágenes en mi cabeza que asociaran los movimientos de los intérpretes con los bemoles y menesteres que la vida misma y su andar nos orillan a buscar muestras de afecto desde un punto de vista a veces egoísta, en otras ocasiones entregado y desinteresado pero siempre buscando un refugio para nuestras inseguridades, nuestros miedos y nuestra verosímil necesidad de relacionarnos por la naturaleza social de nuestra especie.

Mención aparte para el cantante Emmanuel Bórquez y el cineasta Jorge Leyva que desde su trinchera apoyan dándole mayor volumen a la coreografía con sus intervenciones sutiles, sobrias combinados con tensión y oscuridad,  que en mi opinión, suceden un gran acierto para la coreografía.

En resumidas cuentas, un espectáculo intenso y entregado (como el amor mismo), en ocasiones tétrico y desgarrador (como el amor mismo), tocaron las fibras de este impaciente y prejuicioso espectador que sigue en la lucha por encontrar el gusto adquirido por la danza contemporánea pero que con coreografías como ésta, empieza a saber un poquito mejor.

Brodinski

Después de algunos encuentros con amigos cercanos y a eso de las 11:30 pm, llegamos al segundo caso teniendo como sede el popular parque “la ruina”, que poco a poco se ha posicionado como el lugar de elección para eventos de magnitudes masivas como Tecate location, la segunda edición del sahuaro fest, el festival Tecate (coincidencia?) sonoro que verá su primera edición en octubre entre otros que están por venir. Una realidad es la gran aceptación de jóvenes y adultos por este amplio lugar lleno de food trucks y espacios para la convivencia entre los hermosillenses.

En el lugar se presentaría el reconocido dj francés “Brodinski”, quien ha trabajado con artistas de la talla de daft punk, kanye west y Gesaffelstein. Además se le reconoce como parte de la corriente musical del french touch o french house al lado de artistas como Air, Justice o Sebastien Tellier.

El lugar parecía el indicado para la presentación del dj; Cerveza a buenos precios, un lugar bastante amplio y concurrido, un galerón con alta temperatura pero no insoportable, música alta y bailable. En fin, elementos que esperarías que pongan a bailar al mundo entero, por lo que ni tardo ni perezoso, compré mi primer cerveza y me dispuse a levantar polvo en la pista con mis mejores (spoiler: no son buenos) pasos de baile y dejarme llevar por la música, el júbilo y el sudor.

Conforme el tiempo transcurría, encontraba una constante dentro del graffiti room de la ruina. La mayoría de los asistentes parecían indolentes y  casi somnolientos  ante la presencia del afamado dj francés. En algunos casos, solo veía como hombres y mujeres desfilaban con sus mejores atuendos y actitud altanera, como si el lugar o el evento no los merecieran, gente mensajeando, tomando los obligatorios snaps para su red social favorita, entre otras cosas. Sin dar mayor importancia al banal asunto, concilié mi pensamiento desde el lugar en el que si ellos pagaron o consiguieron su boleto, pueden hacer en el evento lo que les venga en gana. Seguí bailando hasta que el calor hizo meya en mi humanidad y decidimos salir a tomar aire fresco.

Fuera del lugar del concierto, me encontré con más amigos en la misma disyuntiva: sacrificar tiempo de baile por frescura y falsa quietud. Afuera del galerón saludé, reí, platiqué y por razones ajenas a su servidor, tuve que abandonar el lugar con un sabor de boca agridulce. Por un lado, los esfuerzos por hacer este tipo de eventos para el público hermosillense son pocos y en este caso, se logró con creces por el hecho de conseguir un buen lugar, un buen artista a un precio razonable, para que la calidad del evento se vea mermada por un ambiente en el que el  baile no imperaba.

Esperemos que las personas que quieren ver un Hermosillo con fiestas de calidad no se cansen en el esfuerzo de crear una escena que siga apoyando y sobre todo consumiendo este tipo de eventos por el bien del entretenimiento nocturno en la ciudad.

Dos eventos, dos propuestas, una noche acalorada, donde danzantes profesionales o amateurs pedíamos solo una cosa. Ya sea por el simple hecho de divertirnos y trasnocharnos o por la necesidad artística de transmitir emociones e ideas, déjennos sudar.

Por Víctor Orendain

Fotografía de Michelle Búrquez

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Hermosillense

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