Sin el afán de entrar en debates sobre lo que es locura y lo que es indigencia, diré que ambos estados ocupan un sitio importante en mi repertorio de obsesiones, específicamente si se presentan juntos en la misma persona. No sé cuándo inició pero sí que se acentuó durante mis tiempos reporteriles cuando la rutina informativa me dejaba la sensación de que entre más profundizaba en la ciudad más inasible me parecía. Y sin embargo, veía tantos hombres y mujeres que aun visiblemente desprovistos de techo y de cordura proyectaban una especie de arraigo que en el fondo me parecía envidiable.

Esto lo recordé hace unos días, tras mi encuentro con un indigente justo donde la calle Reforma parte en dos a la Universidad de Sonora:

Al pasar a mi lado, un hombre de rostro rojizo y cabello opaco, como si lo tuviera embarrado de aceite y polvo, se giró para patear una botella vacía de coca cola contra mi pie y seguir su camino en dirección opuesta a la que yo llevaba, no sin antes espetar en mi rostro y entre dientes: “Saaaalaverghhhh”.

Tras mirar a todos lados y recomponerme seguí hacia la universidad pensando cómo los indigentes han sido personajes habituales de algunos de mis textos, por ejemplo aquella brevedad donde sitúo a uno tocando un saxofón imaginario en un crucero concurrido, o cuentos inacabados como ese donde ellos persisten a pesar de los intentos del poder por esconderlos bajo el tapete de la ciudad.

Ha de ser que donde veo indigentes encuentro absurdos y paradojas: hombre mendigando el pan a las palomas en el Vaticano, mujer caminando inmutable –descalza- sobre el pavimento hirviente, carcajadas desconcertantes de alguien que hace mucho huyó hacia adentro.

Pero este indigente se me aparecía ya no como un espectáculo que observar o una realidad para llevar a la ficción, sino como un happening: una de esas manifestaciones artísticas que convocan al espectador a romper la pasividad, a involucrarse, a emocionarse, a expresar de forma espontánea. “Salaverghhhh”, había dicho el indigente como desafiándome a participar en un happening intitulado Ficciones del progreso: resistencias a la homogeneidad y la globalización.

Hoy he venido a un sitio donde los jueves tocan salsa. Estoy en una de las peores mesas, de espaldas a la pista pero con una vista privilegiada hacia un espectáculo alternativo en la calle: una chica trasquilada y descalza, contorsionándose, saltando, haciendo del bulevar su pista de baile. Porta un top flojito y una falda que repta por su abdomen conforme se mueve, permitiendo se asomen sus calzones de precioso azul turquesa.

Cada que ella se aproxima a la terraza del bar un guardia se le acerca. Así que huye hacia el camellón, desperdigando energía por los carriles inusualmente vacíos del bulevar. Adentro la cosa luce normal. Los cuerpos bailando, la cerveza circulando, los divos reinando la pista; afuera la indigente de los calzones azules persiste en su happening, en su desafío a vivir y bailar la ciudad de formas diversas.

Por Alejandra Meza

Fotografía de Luis Gutiérrez – Demotix/Crónica Sonora

Sobre el autor

Alejandra Meza (Hermosillo, 1985) deambula alrededor del periodismo: como reportera, como investigadora, como docente. Actualmente cursa un posgrado en ciencias sociales en la Universidad de Sonora.

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7 comentarios

  1. La exhibición de miseria y alienación de un mayor número de personas en la calle es inevitable en este injusto y profundamente desigual modelo de desarrollo global, lo mas aberrante es la des humanización de la sociedad, de quienes pasamos de largo incapaces de una acción personal o colectiva que pare esto. Que bueno leerte Alejandra Meza, una voz sensible y crítica que provoca la reflexión.

  2. No es happening, pero… «salaverghhhh». Muy buen texto, Alejandra, aunque debo confesar que me quedé con ganas de más detalles e historias, quizás porque siempre me ha sorprendido la gran cantidad personas que sobrevivien en las calles hermosillenses. Saludos y que vengan más para Crónica Sonora.

    1. Sí, maestro, desgraciadamente hay demasiado material en nuestra ciudad para construir más historias de indigencia. Parece ir creciendo. Muchas gracias por el comentario. Saludos!

  3. Comparto tu visión Alejandra, me conmueve como logras entrar a las grietas y valorar las otras historias, las que se mantienen ocultas, donde hay resistencia y amor por la vida contra todo lo que pretende anularla. Un abrazo.

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