Desde Monterrey, Gerson Gómez nos regala el retrato de una noche loca en esta desnaranjada ciudad

Bienvenido al roster, colega

[hr gap=»30″]

Para los Moncada, Gastélum, Garret, Troy, la Pepé y Claudia;

Jeff, Mayra, Cadena y la nueva tropa que sobrevivió a Casa Emilio

La infinitud humana persiste al diseminar el valor frente a los obstáculos.  Los habitantes de Hermosillo y de todo Sonora, han aprendido a burlar la adversidad climática. El calor produce locura y rabia permanente. Subsistir a la intemperie prolongada, en aquellos seres desérticos, da como consecuencia el proceso acelerado hacia la muerte.

Lo palian con descansos obsesivos etílicos: interminable cerveza helada, bacanora de influencia emocional o tonayan apto sólo para la sedienta alma del receptor.

Después de las seis de la tarde, en una de las bancas de la plaza Emiliana de Zubeldía yace recostado el varón de condición inexpugnable, tal vez migrante desechado, tal vez homeless, con las ropas gastadas y de piel oscurecida como costra. Mientras los paseantes lo ignoran, los comerciantes de los puestos de hot dogs se van instalando y atienden a los comensales tempraneros que salen hambrientos de sus oficinas de trabajo o de la vida estudiantil. Él trata de recomponer lo mullido de su cuerpo. Sobresaltado paso al lado,  se levanta como resorte, en automático. Tiene la boca reventada y de su nariz brota sangre oscurecida, casi negra, pastosa, en coágulos. Un pequeño charco va pintando el cuadro ardiente de cemento que rodea al armatoste.

Me pide una servilleta o papel para contener la profusa fuente. Encuentro el bonche precautorio que siempre llevo. Extiendo la mano y hacemos contacto. Nos miramos a los ojos desafiantes y temerosos. Agradece mientras se talla gesticulando la molestia. La servilleta se tiñe y absorbe irremediable los fluidos.

El viento cálido estremece las palmeras que rodean al edificio de rectoría de la UNISON. La premonitoria advertencia a los excesos hace necesario probar alimentos. Dos hot dogs grandes y refresco, sazonados con abundante y fresca verdura. Mi reputación permanente de juerguista no puede quedar en entredicho. La parte del magnetismo animal etílico que evade la descomposición habitual que deviene en el inconsciente en las altas horas de la noche. La prueba de autenticidad es con la barriga llena.

Doy la vuelta a la plaza, me detengo frente a las cruces con globos de los 49 de la Guardería ABC. Me inclino en la transubstanciación del cuerpo de los padres contradictoriamente huérfanos de hijos. Enmudezco solidificado. Soy incapaz de entender la barbarie compulsiva de la avaricia. La ausencia de los infantes en sus hogares, ha dividido en dos la Historia Moderna de Sonora.

Atávico simbolismo en el laberinto de las nuevas costumbres: cada 5 de junio los ciudadanos hermosillenses sin necesidad de convocatoria formal, se unen y toman las avenidas para recordar que la frase estigmatizadora de nunca más está presente en la herida de la memoria, aun las autoridades locales intenten desanimarlos a participar con la hipnosis colectiva de las altas temperaturas.

La constelación social me espera en un restaurante a espaldas del Centro de las Artes. Soy un autómata que en ocasiones se humaniza. Voy hacia ellos que ya están sentados en la sombra departiendo litros de cerveza. Sus armaduras retozan en conversaciones reveladoras. Conforman destilados mapas mentales y discursos de vida sobre lo inmediato. En la preparty las brechas absolutas son las agendas pospuestas.

El uso de la telepatía se traduce en las varias rondas que la mesera rubia, con elocuencia se lleva los tarros vacíos y los trae llenos hasta el borde. Las actividades formales de las Horas de Junio brindan de independencia a la corporalidad. Nos alineamos a la proporción predilecta del aparato simbólico de la amistad: la Cantina Obregón.

Auto organizados purificamos el ingreso: el conjunto musical de planta interpreta Have you ever seen the rain de The Creedence. Jamás he desconfiado cuando un lugar te recibe con tan buen gusto en sus melodías. Mary, nuestra anfitriona en La Obregón, sabe manejar las necesidades del ampuloso y extendido grupo de convocantes. Los trofeos llegan en forma de cervezas familiares. Cada uno cuida y procura con paciencia de analista político su vaciado.

Me entretengo rondando por entre los pasillos, colándome por las mesas. En la henchida pista de baile no cabe una pareja más. Disemino sonrisas con el grupo de travestis que conocen las letras y los pasos de baile; los ejecutan con precisión de cirujano.

Son quienes le dan el toque hermenéutico necesario a la vida bohemia sonorense. La nueva aura íntima es este hermoso caldo de cultivo. Donde los asuntos de familia se van colando entre los cuerpos afiebrados, en espera de ese golpe de suerte que sea la veta de eros.

En punto de la 1:30 am, el límite de permanencia  a la cautividad en esta bestia infamante que es La Obregón. Nos desalojan de este psychodrama privado.

Sorteamos el obstáculo etílico, la esfera del after, nuestro tráfico nómada a la siguiente estación: Casa Emilio. Tropezamos con la nación rupestre del Blue Demon y el Santo en el trayecto. Nos confieren el ingreso en la incógnita del lugar.

En la primera sala las paredes revestidas con santos y vírgenes en altares. La mesa de comedor despejada, el par de sillones bañado con pinol y bochorno añejo. En la segunda el hombre de barba irregular monta la silla de ruedas, concluyo es Emilio, quien está detrás del mostrador ofrece desde cigarros, botana y cerveza. Abre el dispensador, su hielera, mientras apunta en la libreta unos signos indistinguibles. Sus elementos de seguridad, pasean altaneros mientras transmiten su desencanto. La jornada acaba de comenzar.

En pocos minutos, Casa Emilio será el hervidero de enfiestados rompiendo la tiranía de los horarios en los centros establecidos.

Beberán de la misma lata, se besarán rabiosos, compartirán el churro de mota que los hermana, inhalarán las grapas de cocaína para alivianarse, se pincharán las venas soltando los demonios.

Cambiarán de habitación, cogerán con hermosos travestis, lesbianas de sabor sublime, parejas dispuestas a la aventura, rancheros bigotones con alcohol como sangre, subirán los escalones en este infierno individual que huele a caca de perro por todos los lados.

Defecarán en la oscuridad, orinarán mixtamente en el patio central donde media tanda de ropa está aún por terminar en la lavadora. Verán lo negro del cielo.

Discutirán airadamente entrada la madrugada, corriendo el riesgo de llegada de los pacificadores soldados o de los serenos policías, que los remitirán a las celdas municipales para cumplir las faltas administrativas todo el fin de semana.

Pero en esta película no seremos protagonistas principales ni secundarios. Cuando nos marchemos encabronados, superando nuestras turbulentas voluntades, cuando detectamos que un hijodeputa desconocido, a una de nuestras compañeras, que rendida del trayecto se sentó y dormitó,  aprovechando la alta velocidad de los susurros, trató impunemente de meterle mano.

Por Gerson Gómez

Fotografía de portada, por Luis Gastélum. Fotografía de El Santo y Blue Demon, por Gerson Gómez. Autorretrato, hoy conocido como selfie, por Gerson Gómez.

gerson destacada

13521046_10154150365831368_2026505453_n

13510649_10154150365821368_2097454712_n

Sobre el autor

Gerson Gómez (1971) es Licenciado en Comunicación con especialidad en periodismo. Doctor en Artes y Humanidades. Autor de los libros de crónica Hemisferio de las Estaciones, Pase de Abordar, Crónicas Perdidas, La Orquídea Parásita, Montehell, Tourista del Apocalipsis. Actualmente escribe 64,000MTY, otro libro de crónicas sobre Monterrey.

También te puede gustar:

1 comentario

Responder a Armando López Grijalva Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *