Señores, Luis Lope en Crónica Sonora

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Para Carlos Monsiváis, lo cursi es lo fallidamente bello. Este es un concepto de lo estético como oposición a lo patético y lo ridículo. Según este esquema, lo cursi sería un acto transgresor de la proporción, de la mesura, de la prudencia formal. Lo cursi es lo que se desborda en toda su redundante emotividad, aquello no apaciguado de modo armónico en la expresión sentimental. Es, pues, el ripio, el excedente de significante. Pero según una hipótesis más interesante, lo cursi sería en realidad la estética de lo patético y lo ridículo, un ardor de sincerísimo mal gusto. En suma, la estética de lo inadecuado.

Lo cursi implica, además, un aspecto ético. Una profesora de teoría literaria me contaba la anécdota de cuando, en plena cátedra, su profesor (el eminente filólogo Antonio Alatorre) se echó a llorar después de leer en voz alta unos villancicos de Sor Juana. La profesora no dudó en tildar tal acto como cursi e incómodo para todos los presentes. Como se puede ver, sea en un acto social o en un acto artístico, lo cursi es un acto ataviado de un ademán sin gloria, un patetismo amorfo y un ridículo más cercano al involuntario drama risible que a la comedia jocosa. Al decir del radical Pessoa, todas las cartas de amor son ridículas. La cursilería es un acto democrático, pues todos tenemos derecho a ella. Y si bien no todos hemos escrito poemas cursis, bellos o fallidos, todos nos hemos enamorado.

A propósito de la cuestión, he aquí una recopilación de versos que, por su pretendida vocación sentimental, encierran un acto tan bello como fallido, fundiendo esa irremediable dualidad. Así, para glosar al cronista mexicano, diría que lo cursi no solo es lo fallidamente bello, sino también lo bellamente fallido.

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Versos apologéticamente cursis:
«Si no es amor, ¿qué es esto que me agobia de ternura?».
—Gilberto Owen

 

Versos místicamente cursis:
«Sentirte, Amor, es contemplar el muro,
el muro blanco, limpio ante el que rezo,
espejo de la luz, desierto yeso,
cerrada claridad, confín más puro».
—Javier Sicilia

 

Versos falsamente malditos cursis:
«El amor es una droga dura».
—Cristina Peri Rossi

 

Versos clichémente cursis:
«Es tan corto el amor y es tan largo el olvido».
—Pablo Neruda

 

Versos fatalmente cursis:
«Si no te va a echar de menos alguien, es inútil que te escondas.
Si no vas a amarle, es inútil que te eche de menos.
Si no vas a destruirle, es inútil que le ames».
—Jean Baudrillard

 

Versos exquisitamente cursis:
«El mundo reverdece
si sonríes comiendo una naranja».
—Octavio Paz

 

Versos consonánticamente cursis:
«Una música íntima no cesa
porque transida en un abrazo de oro
la Caridad con el Amor se besa.

¿Oyes el diapasón del corazón?
¡Oye en su nota múltiple el estrépito
de los que fueron y de los que no son!».
—Ramón López Velarde

 

Versos optimistamente cursis:
«A veces me dan ganas de llorar,
pero las suple el mar».
—José Gorostiza

 

Versos groseramente cursis:
«¡Anda, putilla del rubor helado,
anda, vámonos al diablo!».
—José Gorostiza

 

Versos genéticamente cursis:
«Este es un amor que tuvo su origen
y en un principio no era sino un poco de miedo
y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto».
—Efraín Huerta

 

Versos arrulladoramente cursis:
«Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo».
—Efraín Huerta

 

Versos modestamente cursis:
«Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento».

—Julio Cortázar
Versos infantilmente cursis:
«Me gustaba Julieta
cuando la llevaron a vivir con sus abuelos,
cuando dejó de ir a clases con su hermana,
cuando una tarde como cualquier tarde gris
se me fue muy lejos,
lejos más allá de donde van todos los sueños».
—Fernando Delgadillo

 

Versos cósmicamente cursis:
«No soporto la idea de que el universo tenga que destruirse cada vez que te marches».
—Edgar Allan Poe

 

Versos penélopemente cursis:
«No hay nada más difícil que vivir sin ti,
sufriendo en la espera de verte llegar».
—Marco Antonio Solís

 

Versos norteñamente cursis:
«Quisiera ser una lágrima de las que lloran tus ojos.
No importa que resbalara y me secara en tu rostro».
—Los Traileros del Norte

 

Versos anecdóticamente cursis:
«-Pero, mi amigo, ¿por qué estás tan triste?
-¡Pues cómo no si me sobra razón!
Porque la joven que amaba en un tiempo
ahora es dueña de otro corazón.

Como a las once se embarca Lupita.
Se va a embarcar en un buque de vapor.
Y yo quisiera formarle un chubasco
y detenerle su navegación».
—Antonio Aguilar

 

Versos teológicamente cursis:
«Dios es amor».
—1 Juan 4:8

 

Versos hegelianamente cursis:
«Love is real,
real is love».
—John Lennon

 

Versos temerariamente cursis:
«Que me tenga cuidado el amor,
que le puedo cantar su canción».
—Silvio Rodríguez

 

Versos quejumbrosamente cursis:
«Si no te quieren como tú quieres que te quieran,
¿de qué te sirve que te quieran?».
—Rubén Darío

 

Versos tétricamente cursis:
«Harás muy buena calavera».
—Gabriel Zaid

 

Versos cínicamente cursis:
«A veces me figuro que estoy enamorado,
y es dulce, y es extraño,
aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo.

Las canciones de moda me parecen bonitas,
y me siento tan solo
que por las noches bebo más que de costumbre».

Me ha enamorado Adela, me ha enamorado Marta,
y, alternativamente, Susanita y Carmen,
y, alternativamente, soy feliz y lloro.

No soy muy inteligente, como se comprende,
pero me complace saberme uno de tantos
y en ser vulgarcillo hallo cierto descanso».
—Gabriel Celaya

 

Versos endecasílabamente cursis:
«Besar los labios secos y, en el acto,
palpar la vida toda hasta mojarla;
correr cortinas de los días grises,
y que la cama tenga la esperanza
de la luz perdida en la noche muerta;
cantar como los pájaros el canto
y afinarse en el vuelo y dar la nota;
hablar en baja voz frente al espejo,
oír como pared su bello nombre,
tener razón y ser un pobre loco
de atar y ser atado a la ventura
de amar como el potente Dios lo manda,
la voz del ciego corazón quien habla;
decir verdad sin titubear un gramo,
y que una sola afirmación revele
el secreto del mundo en su sonrisa,
la exacta proporción en la balanza,
un fragmento del cielo prometido
a las almas eternas de los hombres
nacidos desde el siglo y hasta el siglo;
que no se agite el corazón hastiado
de naranjas y sinrazones agrias,
y de cardos en las llanuras turbias:
que se disuelve el corazón en agua
como una droga dura y peligrosa;
dar amor y amar amorosamente,
saber amar y amar como amantes
que juegan al amor y al amorío
para hacer el amor y deshacernos
del amor a la vida y reinventarnos;
pelear por el amor la gran batalla,
dar la pelea limpia, la añoranza
del cuerpo y del alma y la materia
y me asistan al fin con sus abrazos…
y que vuelva rendido a levantarme
de la nada y, por siempre irrefutable,
la cuenta de los días esperando
los abrazos, el beso y los abrazos».

—Luis Lope

 

Por Luis Lope

En portada, la maquinita chu chu que Lisa regaló a Ralph.

Véase «Yo amo a Lisa», capítulo 15 de la temporada 4, Los Simpson.

 

Sobre el autor

Luis Lope (Hermosillo, 1979) es licenciado en Literaturas Hispánicas, maestro en Literatura Hispanoamericana y doctor en Humanidades. Actualmente es profesor-investigador del Departamento de Letras y Lingüística de la Universidad de Sonora y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de Conahcyt. Escribe ensayo, poesía, crónica y dramaturgia. Ha publicado "Crónicas de pies ligeros (Unison, 2011; Club Chufa, 2014), "Primeras liras (Club Chufa, 2016) y "Una noche lírica (pieza amorosa en tres actos) (ISC, 2019)

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