Mientras que la existencia del virus no es opinable, las medidas para combatir la epidemia son hechos sociales, decisiones políticas que incumben a todos y que cada nación o comunidad decide y discute en los espacios disponibles. 

La primera demanda de la población es siempre respecto a la información, información clara, científica, accesible y comprensible. La falta de esta información solo aumenta el miedo, la desconfianza y la resistencia a las medidas de protección general, mientras que su exceso puede producir una “fatiga informativa”, donde los ciudadanos reaccionan con cansancio a mensajes repetitivos, abstrusos o profecías alarmistas incumplidas. 

La confianza en los mensajes va a depender en buena medida, no de la calidad de la información sino de la confiabilidad del mensajero, de su capacidad de empatía con las fuentes de ansiedad del público.

Uno de los problemas en México ha sido la resistencia de los medios a confiar en los mensajes de la autoridad por diferencias políticas de todos conocidas, produciendo un desgaste en su propia credibilidad cuando la realidad empieza a desmentir algaradas alarmistas, medias verdades, exageraciones y contradicciones producidas por la poca habilidad para manejar y digerir información científica y estadística. 

La comunicación directa es aprovechada entonces por líderes oportunistas para tomar la escena por asalto y presentarse como los “salvadores de la patria”, y hay que hacer notar que salud y salvación provienen de la misma raíz latina (salus). El riesgo de esta estrategia es politizar información que se quisiera técnica para conseguir o afianzar simpatías para un proyecto político específico.

Y es que hay proyecto políticos basados en la idea de que el ejercicio personal e indiscutido de la autoridad genera eficiencias, ya que el dictador/caudillo/monarca no tiene que someterse a discusión o límites engorrosos. En un mundo ideal como la República de Platón o el mercado perfecto de Paretto y Hayek, con un dictador filósofo y desprendido, quizá podría funcionar. 

Pero los dictadores wannabe de este mundo sublunar son movidos más por la corrupción personal o de grupo y funcionan con ideas bastantes ineficientes y disparatadas, sea en Nuevo León, Jalisco, Hungría o los Estados Unidos.  

Hay otro tipo de autoritarismos que podríamos llamar “tendenciales”, que sin un proyecto político de largo plazo recuperan prácticas de control social abandonadas ante el avance de la democracia en sociedades cada vez mejor comunicadas aunque siempre pobremente organizadas para la defensa de sus derechos. 

Todos los pueblos tienen en su pasado prácticas autoritarias, desde los castigos con latigazos que defendía el Capitán de lo Ópatas, hasta la limitación a la circulación y el encarcelamiento de “gente vaga y malentretenida” practicada en las sociedades occidentales. Los autoritarios se presentan casi siempre abrigados en “la tradición” y “lo que hemos hecho siempre aquí” para introducir novedades y abusos.

También en una parte de la población (quiero pensar que minoritaria) la ansiedad del confinamiento y la incertidumbre ante la amenaza del contagio demanda la aplicación de medidas autoritarias contra lo que percibe como ajeno, contra el otro social, religioso, racial, cultural. Y con estas demandas se justifican los autoritarismos de corto y largo plazo. 

De forma todavía más insidiosa, en estas largas semanas de un año que apenas comienza han surgido voces que al tratar de entender y criticar los excesos de las medidas contra la amenaza de este nuevo virus ante el cual no tenemos defensa sino escondernos en casa, han “tirado el niño junto con el agua sucia de la bañera”.

En vez de demandar políticas públicas para permitir que la población de menos recursos sea proveída con alimentos y otras necesidades básicas, se ha utilizado su situación para demandar el levantamiento general de la cuarentena. 

La desigualdad social ya existía, como mencionamos antes, y México es uno de los países con una concentración de la riqueza construida en siglos de colonialismo y fortalecida por décadas de políticas públicas que favorecen a quienes más tienen. 

Una clase media afectada por los recortes y austeridades seculares a la educación pública, la difusión de la cultura y las instituciones de salud pública, los sistemas de pensiones y la seguridad laboral ve con temor disminuir más sus precarios ingresos, fracasar sus pequeños negocios y demanda protecciones desesperadas a un estado debilitado por décadas de recortes de impuestos y  políticas fiscales regresivas implementadas para sostener al capital financiero y los grandes monopolios que contemplan la situación con una mezcla de sorpresa ante el riesgo que puedan correr sus privilegios e indiferencia ante las tribulaciones ajenas. 

Era de esperarse la respuesta de otro sector, los filósofos o intelectuales públicos, que en los últimos años han estado investigando y llamando la atención a las intromisiones del estado y las grandes empresas tecnológicas en la vida privada, en la definición de lo que podemos percibir del mundo y los contactos que podemos establecer, para sacar una ganancia comercial de ello.

Paradójicamente, casi los mismos pensadores que hace unos meses nos advertían de la necesidad de defender y construir espacios públicos y donde se garantizara el respeto a la dignidad de cada persona humana presente o futura, ahora nos advierten contra la única medida sanitaria que puede atenuar el impacto de este nuevo virus en la población.

Apoltronados en una lectura inmediatista del Foucault de la biopolítica y el biopoder y sus formas insidiosas de control del cuerpo, se apresuran a condenar la cuarentena. Aburridos en sus sillones, como todos y todas con el privilegio de podernos esconder del virus, abundan los ataques al confinamiento. 

Olvidan el otro descubrimiento de Foucault, (uno) que las relaciones de poder son inescapables y (dos) que las relaciones de poder deben ser productivas para los involucrados y por tanto (tres) que es posible imaginar un ejercicio responsable (o al menos productivo) del poder.

Y así, a pesar de las advertencias de don Michel sobre los sistemas de control y biopoder que equiparan cárceles, hospitales y escuelas, seguimos acudiendo alegremente a unas y demandando servicios curativos de las otras.

 Las intervenciones sanitarias tienen un costo económico, anímico y cultural, especialmente cuando están dirigidas al sujeto social y no solo al individuo. Como individuos aceptamos que se nos drogue hasta la inconsciencia, se nos acuchille, desangre y mutile, y luego nos quejamos amargamente de lo largo del reposo posoperatorio. Como sociedad aceptamos igualmente a regañadientes el tratamiento, sin dejar de quejarnos y a veces de escapar de las medidas de aislamiento como quien se escabulle de su dosis diaria de hígado de bacalao.

La cuarentena pone en evidencia no solo las inequidades sociales, las tendencias autoritarias de los políticos y los sesgos teóricos de los intelectuales. Evidencia también el fracaso de la educación científica y tecnológica que nos había prometido el neoliberalismo en el último medio siglo. 

Los niveles de comprensión de la población aparecen como abismales incluso en los segmentos más escolarizados, tanto para reconocer y utilizar conceptos básicos de estadística como para distinguir un virus de una bacteria o la importancia de que se trate de un organismo nuevo. 

En estas semanas el mundo se ha sometido a un curso intensivo y a distancia (un MOOC global) de epidemiología y salud pública. El problema ya no está en la falta de acceso a la información, ni siquiera en los formatos adecuados para el acceso. A pesar de todo el esfuerzo informativo hay quienes han decidido que su bienestar depende de bañar con cloro o insultar al personal de salud con el que se cruzan. México, tenemos un problema.

Por Réne Córdova

Fotografía de Benjamín Alonso

Sobre el autor

José René Córdova Rascón es Antropólogo Social por la ENAH, maestro en Salud Pública con especialidad en Políticas Públicas por la Universidad de Arizona en Tucsón, director de Espacios Expositivos, S.C. y curador externo de la nueva exposición permanente del Museo Comcaac (antes Museo de los Seris) en Bahía de Kino, Sonora. Contacto: rrenecordova@gmail.com

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