Uff, vaya lección la de la maestra Ivonne

Leamos 🙂

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¡Qué bello fuera! ¿Se imaginan que en cada familia se hablara sobre las emociones? ¿Y que el diálogo sobre cómo actuar ante ellas fuera parte de nuestro día a día, especialmente las emociones que se generan ante las adversidades? Se vale soñar, ¿qué no? 

Durante esa mañana, al inicio de la jornada escolar, al hablar de nuestras emociones, una alumna compartió con sus compañeros de clase y maestra que un día antes se sintió molesta y triste por algo que le ocurrió en casa: tuvo que esperar hasta mediodía a que llegaran sus padres para comer algo, se aguantó el hambre por horas, ni siquiera había desayunado… mientras yo, incrédula preguntaba: ¿Cómo es eso posible? ¿Acaso carecían de alimentos, frutas o algo para comer? Me comentó que sí había cosas en el refrigerador y en el frutero, pero que las frutas no le gustaban y no tenía permiso de usar los cuchillos ni la estufa y me quedé pasmada. 

Entonces realicé cuestionamientos sobre tareas de la vida diaria que tienen que ver con la autonomía e independencia personal. Con ello me percaté de que saben bañarse, peinarse, lavarse los dientes, comer solos, vestirse, pues la mayoría lo afirmaba levantando su mano. Sin embargo, cuando inicié con las acciones de limpieza del hogar empecé a ver manos abajo y sobre todo de hombrecitos. Proseguí con la lista y al llegar a tareas tales como pelar fruta, guisar un huevo, hacer un sándwich, una sopa, preparar un arroz rojo, un picadillo, calentar las tortillas, prepararse unas tostadas, eran menos y menos las manos levantadas. Comentaban que eso lo hacía su mamá, que no se los permiten sus padres, o que nunca les habían pedido que lo hicieran o enseñado a hacerlo.

Juntos llegamos a la conclusión de que por cuestiones de supervivencia debían aprender a cocinar y no esperar a que les hagan sus comidas. Quedaron en pedirles a sus familias que les enseñaran, mientras yo me propuse incluir actividades de ese tipo en el salón y tratar el tema con los padres de familia.

Esa misma semana, una señora me aborda una mañana y me pregunta: «Oiga, maestra, ¿y a qué edad se supone que debo enseñarle a cocinar?, porque yo sí lo dejo que se haga algo, pero casi siempre elige la Maruchan, no quiere aprender, y pues las frutas casi no le gustan, es muy batalloso para los gustos».

-¡Señora! (me salió del alma), ¡enséñelo a cocinar así como lo enseñó a dejar el pañal y a cambiarse solo! ¡igualito! ¿Verdad que no hubo una edad exacta? ¿Qué solo se dio cuenta que ya estaba listo? Asimismo pasa con esos tipos de aprendizajes, cada uno empieza a hacerlo cuando tiene los medios, la supervisión y el apoyo de la familia. ¡Su hijo está listo! Y cuide las opciones, los alimentos que compra. Porque me imagino que la del mandado es usted. Enséñelo a hacer de todo, porque no sabe en qué momento usted ya no va a estar.

Quedamos en que lo iba a implementar en casa y me agradeció el consejo. 

Hay tantas cosas que, como adultos, vamos enseñando a las nuevas generaciones con el ejemplo. Desafortunadamente, y quizá de forma inconsciente, les pasamos el mensaje de “tú no puedes, yo soy la que sabe, es difícil, es peligroso…”. Y para ellos, en buena medida, es cómodo, aunque los hace inseguros y dependientes. También preservamos el machismo, al enseñarle solo a las niñas las labores del hogar. 

En lo personal, me ha tocado quejarme o escuchar a otros adultos quejarse de los adolescentes y decir que es preferible hacer las cosas una misma que conflictuarse pidiéndoles que hagan algo. Me ha tocado escuchar a colegas etiquetándolos como delicados, como parte de la generación de cristal, que no se les puede decir nada sin que se ofendan o se pongan tristes.

Es molesto y contradictorio que los adultos no asumamos la responsabilidad de enseñarlos y brindarles las estrategias socioemocionales para afrontar el miedo, la frustración, el enojo y el aburrimiento. Además de eso, nos atrevamos a generalizar y a ponerles una etiqueta. 

La mayoría de los niños, niñas y adolescentes, a diferencia de nosotros, sí están conociendo y verbalizando sus emociones y eso los hace sensibles, más no débiles. Suelen ser más expresivos y nos dicen sus argumentos sin temor, como muchos de nosotros no tuvimos la oportunidad de aprender. Considero de vital importancia que les enseñemos a gestionar correctamente esas emociones, a ser fuertes y no a protegerlos de situaciones que los puedan hacer sufrir, no debemos solucionarles los conflictos, sino más bien ayudarlos a enfrentar y tomar decisiones. Debemos hablarles con firmeza y poner límites claros, basados en el amor que les tenemos. El sufrimiento es un maestro que nos enseña a ser valientes. La frustración es una emoción que puede gestionarse para fortalecer nuestros valores de paciencia y perseverancia. No hacen daño, sino todo lo contrario.

Sería ideal que, en cada casa, en la medida de lo posible, se hablara de emociones, pero también se compartieran estrategias de cómo actuar ante ellas. Que cada integrante de la familia se conociera a sí mismo y entonces pudiera estar abierto a escuchar y a conocer a los demás. Que todos se animaran a luchar por sus sueños y se dieran críticas constructivas que los beneficien y los ayuden a crecer. Que con empatía y buen humor cada día se aprendieran cosas nuevas y entonces salieran al mundo a dar lo mejor de sí mismos. 

Por lo pronto, doy gracias por esto que me toca vivir y lo que puedo aportar desde mi salón de clases, en el cual aprendo y me lleno de ilusiones, junto con mis alumnas y alumnos.

Y como dice mi mamá: «Tú sigue trabajando en eso mijita, ¡algún día los gatos comerán sandía!».

Texto y dibujo por Ivonne Guadalupe Arvayo Moreno

Sobre el autor

La profesora Ivonne Guadalupe Arvayo Moreno nació la nochebuena de 1981 en Hermosillo, Sonora, México. Tiene Licenciatura en Educación Primaria y Maestría en Liderazgo y Acompañamiento Educativo.

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1 comentario

  1. Muy interesante tu artículo Ivonne, comparto contigo que debemos promover la participación de los padres en la educación de sus hijos, específicamente en el tipo de aprendizajes que propones, te comparto una frase que leí en algún mural que me encanto: «la escuela volverá a ser la segunda casa, cuando la casa vuelva a ser la primera escuela», no estoy muy seguro si los gatos les gustará la sandía ??, pero me gusta el reto de atrevernos a hacer algo diferente, saludos 🙂

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