Ciudad de México.-

A finales de 2017 surgió la idea de estrenar una columna en Crónica Sonora que consistiera en relatar experiencias de vida de personas que hayan migrado a la Ciudad de México en busca de oportunidades. El editor propuso nombrarla El Sueño Chilango.

Como primer ejercicio, y ya con una larga lista de futuras conversaciones en mente, me pareció convocante y necesario arrancar con el relato de  mi propia experiencia. De ahí resultó «Claudia y Ciudad Monstruo: Primer Round», que trata de mi primer intento por hacer una vida en la ciudad más grande del mundo a mis tiernos 16 añitos.

Este texto cerraba haciendo alusión a un posterior intento varios años después y que de hecho es el que vivo actualmente. El plan no era escribirlo sino más bien cerrar con un halo de misterio o, como diría mi padre, dejar la víbora chillando. Pero no me aguanté y me puse a escribir la segunda experiencia de 18 años viviendo en esta ciudad. Obviamente quedó un texto mucho más largo que presentaremos en dos partes -otra vez el editor- y que les comparto agradeciendo como siempre a Crónica Sonora por el espacio y a cada lector que se tome el tiempo para recibirme. Ahí les va.

***

Cambio de milenio, 26 años de edad, cierres contundentes, torpes y violentos con respecto a una vida intensa en Hermosillo durante los últimos años.  Misión: re-aprender a escucharme, necesitaba un cambio de territorio para sentir la posibilidad de equilibrar mis impulsos  y su impacto en mis relaciones.

Una beca del Fecas (Fondo Estatal para la Cultura y las Artes) para un proyecto que llamé La teatralidad en la danza, me permitió llegar al DF con cierto piso, entre tanta revolución personal, la danza de una u otra manera siempre ha sido mi piso más firme, probablemente el único.

Me encontré con la mística del teatro y la contundencia del cuerpo más allá de la danza en el Diplomado Teatro del Cuerpo, un espacio formativo que significó la expansión de mis posibilidades e inquietudes creativas, el cuerpo cruzado por las teatralidades posmodernas, y un equipo de maestros y compañeros apasionados con la búsqueda y la inconformidad, además de hilarantemente divertidos y talentosos.

Programas de mano de «El puente de Budapest», obra con la que me gradué del Diplomado Teatro del Cuerpo en el 2002

Los primeros meses viví con mi amiga Mara en el mero centro de Coyoacán. Todavía tengo el recuerdo de los sonidos de la calle, los organilleros, el brujo que leía el tarot al pie de mi ventana, las fiestas en la casa colmadas de música y con las celebridades chilangas-rockeras del momento.

Después me mudé a la Narvarte gracias a la generosidad del Gerardo Peña, que mientras él vivía su propia migración en Europa, me prestó su departamento con un encantador estudio de danza incluido.

Más adelante compartí un lindo hogar con aroma a café y música brasileña en Copilco, con mi hermana de vida Luisa Cárdenas quien para entonces ya tenía algunos años de haber migrado de Hermosillo a la Capital.

El Diplomado y mi beca duraron un año,  para la segunda generación me integré como docente, ya tenía que pagar renta y transportarme por distantes zonas de la ciudad en mi bocho azul que mi tío Ramón se aventó a traérmelo desde Hermosillo.

Imagen netamente ilustrativa

Mi amiga Luisa me consiguió mi primer y único trabajo que no ha tenido relación con la danza.  Fui asistente de producción en Las Obras Completas de William Shakespeare con los mismísimos Jesús Ochoa, Diego Luna y Rodrigo Murray como jefes. Una experiencia muy divertida y remunerable por un lado y muy confrontante por otro, tuve que hacer ajustes muy fuertes acerca de la manera de percibirme, pasar de ser una bailarina reconocida y apapachada en mi contexto sonorense, a una asalariada cuya obligación fue apoyar en backstage en los cambios de vestuario de los actores y más adelante recibir a los invitados al teatro, contabilizar entradas, etcétera. Para mí fue una mezcla de humildad, agradecimiento, estabilidad económica y la reafirmación de que mi sueño seguía siendo vivir de bailar, de estar en escena, a pesar de lo difícil que parecía ser eso en esta tremenda ciudad.

Me mudé una vez más, esta vez a la colonia Portales, donde renté una habitación y donde por cierto, me tocó vivir mi primer temblor junto con mis padres que estaban de visita.

El 2003 le dio un giro importante a mi vida, fue un año repleto de experiencias trascendentes, la mayor de ellas, gracias al generoso apoyo de mis papás, encontré mi casa, mi casita en la que vivo desde entonces en Lomas de Plateros al poniente de la ciudad y donde en ese momento retomaba la aventura de vivir en pareja.

En ese tiempo mi maestro de actuación Antonio Peñúñuri, me ofreció trabajo como maestra en el CEA, la escuela de actuación de televisa, desde entonces a la fecha, ese trabajo me ha significado una base económica, un espacio de experimentación y de retos, y una gran pasión por el trabajo formativo y la coordinación de grupos.

Recibí en ese momento también, mi primera beca como intérprete por parte del FONCA para desarrollar por un año el  proyecto Una letra silenciosa, una coreografía basada en la experiencia de la lectura del I Ching y que me conectó con el taoismo, las energías de los elementos, la práctica del Tai Chi y una vez más en la vida, con la queridísima Isabel Romero, que me asesoró generosa durante el proceso.

Hay un evento que, viéndolo en retrospectiva, contiene todos los aspectos de  lo que mi vida estaba siendo en ese momento: Mi cumpleaños número 29, celebrado por todo lo alto en la casa del Chobi en San Pedro de los Pinos,  una antigua casa que ha servido de hogar y de asilo para varios artistas sonorenses que vienen a vivir el sueño. Una gran fiesta a la que asistieron casi todas mis amistades hechas en la ciudad y otras tantas que seguían en mi vida desde Hermosillo (la ahora autonombrada comunidad sonoguacha) . La fiesta inició con la presentación del resultado de mi proyecto, la coreografía Una letra silenciosa. Con esa presentación cerraba el proceso creativo de mi primer obra y mi compromiso con el Fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes).

Yo en Una letra silenciosa. Fotografía de Héctor Maldonado

Para el 2004, el sueño parecía ir muy bien, me sentía lo máximo,  pude comprarme un carro nuevecito de agencia, tenía mi casa, mi relación de pareja, mi propio unipersonal recién horneado,  mi trabajo, mi amigos…sin embargo, en lo profundo, en lo aún imperceptible el sueño se empezaba a complicar.

Cerré mi ciclo como asistente de producción, tratando de liberarme de esas voces de mi cabeza que me decían que esa etapa había sido una traición, una incongruencia, una rendición. Esas mismas voces me decían también que ahora de verdad venía el turno de la Claudia adulta, de la Claudia creadora, de la Claudia dispuesta a cumplir con la promesa. Con base en ese discurso creí posible perdonarme y dejar atrás cada tropiezo, cada extraña desición, cada “locura” de mi pasado, finalmente estaban las piezas en el orden correcto.

Mis intensiones eran mover la coreografía, seguir bailando. Para eso, ahora me tocaba aprender a gestionar lo que había visto tantas veces hacer a mis directores en las compañías donde había trabajado: diseño de carpeta, entregarla a festivales, instituciones, esperar fechas, presentarme en distintos foros nacionales, con suerte viajar con mi trabajo al extranjero y seguir gozando del reconocimiento de hacer lo que me correspondía.

Primer impacto de realidad, no era lo mismo valorar y promover mi trabajo como parte de un grupo,  que intentar hacerlo con mi propias creaciones… Preguntas sin respuesta:

¿Valdrá la pena lo que hago?

¿Será importante para alguien?

¿Que estoy queriendo decir?

¿Quien soy yo para que alguien se tome el tiempo de ver lo que hago?

¿Qué precio se le pone a una coreografía?

¿Cómo me promociono?…

Aterrada, guardé esas preguntas para otro momento, “no es necesario resolverlo ahora”, me dije…mientras tanto quedé seleccionada para trabajar con la compañía francesa In Situ con un grupo de actores y bailarines, de los que aprendí el arte de trabajar en el absoluto gozo, fueron meses de montaje y gira por varios estados,  a la par, empecé a trabajar también con la coreógrafa Erika Torres y un equipo de intérpretes que a pesar de la distancia que sentía con ellas en ese momento, determinaron las líneas posteriores de mis intereses artísticos.

Con Erika escribimos la obra titulada La Novia, hasta ahora una de las más deliciosas experiencias que he tenido como intérprete. Después audicioné para la compañía española Lengua blanca,  ya un poco en automático, sin ver de qué se trataba, para entonces le entraba a todo lo que me entretuviera para no retomar las preguntas pendientes que se asomaban desde su escondite, junto con el pánico de no ser capaz de seguir avanzando hacia lo que yo entendía como el siguiente nivel “natural” de mi carrera.

Continuará…

Por Claudia Landavazo

En La novia, de Erika Torres. Fotografía de Eduardo Cervantes

Sobre el autor

Claudia Landavazo vive en la Ciudad de México y es egresada de la carrera de Letras de la UNISON. Bailarina y coreógrafa de danza contemporánea, actriz de vez en cuando y se dedica desde hace algunos años a dar clases y al trabajo en comunidades y grupos vulnerables a través de la danza. Forma parte de CARPA Colectivo, donde desarrolla la metodología en Artes de Participación.

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1 comentario

  1. Gracias Claudia por permitirnos asomarnos al universo personal de tu proceso en la danza. Entender el contexto, la relevancia de las fechas, quienes son testigos de cada momento, va creando esta narrativa que me permite verte más allá de la dimensión de mi amiga, la artista que legitima en cada intento tu creación. Extraordinario testimonio en primera persona. Y que no me digan que no estuvimos ahí.

  2. Oye! pues has ido por un camino fijo, siempre en direccion hacia tu principal objetivo, «La Danza» y me encanta leerte, por que tambien se te da!

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