La década de los setenta, en Nueva York, implicó un severo dolor de cabeza a las autoridades de la ciudad puesto que el hip hop como nueva fuerza cultural, y el graffiti como su bastión pictográfico, drenaban las arcas de la ciudad. Los vagones del sistema de transporte Metro, las paredes, los anuncios espectaculares y los vistosos spots públicos, noche y día eran redefinidos. Constantes letras estrambóticas, murales con personajes surreales, o simples tags, obligaban al criterio higiénico de la ciudad a limpiar los espacios pintados. El alcalde de la ciudad declaró al graffiti como el enemigo público del momento en una rimbombante rueda de prensa, secundado por el jefe de la policía.

The BMT Jamaica line, late 1970s (Courtesy NYT)

No es secreto que la ciudad gastó millones de dólares para erradicar al graffiti del Metro y de los principales centros urbanos. Del mismo modo, la actitud policial hacia los escritores de graffiti se tornó más hostil. Los setenta fue el tiempo de “fuck the police” en boca de una generación que buscaba su libertad creativa, emocional, social e identitaria. Si la policía endurecía su trato, el hip hop se tornaba más desafiante, al grado de infestar la ciudad de firmas con aerosol y murales. El mensaje resultó claro: llegamos para quedarnos.


En otra área más cultivada en la actualidad, no podríamos imprimir un solo tono de romanticismo al respecto de la figura del DJ, quien hoy sustenta una pandemia global: de tecno, industrial, cumbiero, música del mundo… Usted ordene y nosotros le proveemos casos como Silverio su majestas imperial…

Los documentos históricos del hip hop muestran fiestas en parques, llamadas “block parties”, posibles gracias al robo de electricidad. Los DJs solían conectar sus equipos a las farolas o las tomas de alta tensión de las plazas. El asunto cobra una intensidad mayor cuando sabemos que algunos DJs, valiéndose de los disturbios en South Bronx y el bajo Manhattan, se agenciaron de manera rufianesca equipos de sonido. Es decir, el hip hop es un movimiento revolucionario en su génesis puesto que desmantela la noción de “propiedad privada” de forma violenta y no ofrece algún tipo de disculpa al respecto. Caso contrario, afirma su sentido ético en dicha conducta: lo que es de la ciudad, es de todos.

Sin embargo, quepa espetar que la visión revolucionaria del hip hop es en sí una trágica declaración social en la cara del establishment blanco. Los actos de pillaje, la cuestión rufianesca al respecto de los recursos para crear las “block parties”, están sostenidas por la marginación, el abandono económico y la tensión racial propia del periodo. Queda decir, ante las luces de los hechos, que las violencias sociales con ímpetu liberador son una consecuencia de otras vivencias que asumen un aire de “normalidad”, “Estado de derecho” o cualquiera sea el adorno vacío que elijamos para describir la rutinaria opresión que compone nuestra existencia social.

South Bronx Park Jam, 1984. Photo by Mr Henry Chalfant

Cuando pensamos en el hip hop y su génesis revolucionaria, y nos encontramos con especímenes supuestamente adeptos al movimiento que condenan actos como la reciente transgresión al Ángel de la Independencia, no podemos sino rascarnos la cabeza y pensar: ¿qué diantres pasa aquí?

La paradoja nos explota en la cara. No existe ningún impedimento moral el agenciarse un movimiento radical, como es el hip hop o en su momento el punk o el street art, mientras lo que nos represente sea su parte edulcorada, parte misma que el sistema ha diseñado para consumo confortable. Es decir, si omitimos o ignoramos las cuestiones sensibles que hacen a los movimientos ser lo que son, es entendible por qué varios raperos, que no necesariamente son hip hoppers, se escandalizan cuando ven los disturbios al Metro, las pintas a los monumentos, todos estos síntomas idénticos a la génesis del hip hop como estamento cultural global de resistencia.

El hip hop siempre dijo: conoce tu historia para que te conozcas a ti mismo. Más allá de la incoherencia insostenible de rechazar las formas feministas de protesta al tiempo que agenciarse un movimiento que basa su razón de ser en la transgresión total, lo que aclara este panorama es la ahora visible tendencia de jugar al liberalismo cuando nos conviene y lo mismo con el conservadurismo, sean estas características últimas del individualismo hiperbólico que gobierna al idiota escandalizado con las pintas y mudo, indiferente, a las tragedias diarias que acaecen a las mujeres en este país.

Peor el caso cuando el hip hop nos ha enseñado que la dignidad femenina es central. Por ello la relevancia al interior del movimiento de mujeres como Roxanne Shanté, MC Lyte, Lauryn Hill, Arianna Puello, Anita Tijoux, Ximbo, Kenny Arkana y Actitud Maria Marta. Una dignidad que se ganaron a pulso de mostrar iguales o superiores capacidades creativas al respecto de sus pares masculinos.

El hip hop está de aniversario puesto que el pasado 11 de agosto cumplió 46 años. Nada mal para un movimiento que acaricia su adultez y acaricia su epítome global y social como lo soñaran Afrika Bambaataa, DJ Kool Herc y Grandmaster Flash, mismos que en el podio de la ONU, al ser declarado el hip hop como patrimonio cultural, refrendaron su compromiso al respecto de la equidad de género.

Mare Advertencia Lirika con Amenic Poetika MC durante el Grito Feminista

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Sobre el autor

Nogales. Hiphóplogo. salvadoralejandrocontacto@gmail.com

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