El mono que observa nos critica. Se sabe más fuerte y solidario que la raza humana. Sus habilidades lo colocan un paso adelante, mientras el terreno de batalla le sea favorable. Es más, resulta que es capaz de sufrir pesadillas. En suma, es más humano que sus enemigos.

El planeta de los simios: la guerra (Matt Reeves, 2017) debería ser la última entrega de una franquicia cinematográfica que inició en 1968, dirigida por Franklin J. Schaffner e interpretada por el solemne Charlton Heston, ya que se acabó la imaginación y todo se ha vuelto una redundancia de muchas películas anteriores.

Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Por supuesto, operan en su beneficio, nuevas tecnologías audiovisuales – en especial el motion capture, a lo Gollum -, así como una muy aceptable fotografía; pero su prolongado metraje y tropiezos en el argumento, hacen de El planeta de los simios: la guerra, una cinta con serios altibajos, sobre todo en su desenlace.

Han pasado varios años desde que “la gripe simio” exterminó a la raza humana. Los sobrevivientes continúan luchando contra los primates mutantes. Mientras, el chimpancé líder, César (Andy Serkis, actor que ha sabido, como nadie, adaptarse al mundo digital), busca enviar mensajes de paz: “Leave us the woods and the killing will stop”.

Sin embargo, la llegada de un Coronel radical (Woody Harrelson, copiando sin pudor a Brando en Apocalypse Now) alborota a la changada y despierta en el conciliador César los más vivos deseos de venganza.

Desde el inicio el filme se aprovecha del pasado. La primera secuencia de guerra, con esas lanzas que caen sobre los humanos, es un “homenaje” a La patrulla infernal (Stanley Kubrick, 1957); la audiencia no necesitará el graffiti en una cloaca: “Ape-pocalypse now”, para ennumerar todas las referencias de Harrelson, quien a diferencia del Coronel Kurtz de la célebre cinta de Coppola, ya no cita a Nietchze, sino a vayaustedasaberquién.

¿Mencione que aparece una niña? Es rubia, muy semejante a la Cosette de Los Miserables (Tom Hooper, 2012). A ella le acompañan una suerte de personajes que han decidido proteger a César en su revancha: Maurice, el orangután – sin la orangutana – (Karin Konoval); Luca, el gorila (Michael Adamthwaite), Rocket, el chimpancé guerrero (Terry Notary) y, no por último es menor, Bad Ape (Steve Zahn) el Gollum en El planeta de los simios: la guerra

El viaje del héroe, en busca de venganza o redención, nos llevará a un campo de concentración – Auschwitz, mon amour –  en un obvio clima nevado que mantendrá a los amigos de César ocultos entre las rocas, tal y como se mostró en El Mago de Oz (Víctor Fleming, 1939).

La corrección política, ese pequeño mal de nuestro tiempo, muestra su rostro “animalero”: los simios son seres que sienten, penan, toleran y resisten; la raza humana es fría, calculadora, guerrera y despiadada, ¿puede un cliché ser más cursi y maniqueo?

Además, hay una idea que se desliza en El planeta de los simios: la guerra. Los monquiques como el pueblo elegido. César como Moisés, César como el Cristo crucificado son artilugios que pretenden dotar de cierta dignidad a esta película.

Si lo consigue o no es un veredicto que dejaremos al espectador.

La gloria de El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968) es, sin duda, su contexto político. Los simios representaban, como siempre, los temores de EE.UU. en aquel entonces: el black power, el comunismo y las dictaduras de derecha, representadas por sus opositores como “gorilatos”, ¿se acuerdan?

En ese sentido, El planeta de los simios: la guerra presenta un guiño subversivo a la administración Trump. El radical Coronel de la cinta somete a los changos para que se construya un muro que lo proteja.

“This is the holy war”, le dice un delirante Coronel a César.

La bandera norteamericana y el Star Spangled Banner caen bajo fuego. El declive de la raza humana, representado por la decadencia del imperio, no puede ser más claro.

Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), entrando a saco, Mecano dixit; los simios como el pueblo elegido y una insoportable serie de plagios a grandes películas del ayer definen a El planeta de los simios: la guerra como un engaño digno de verse solo para reírse.

Incluso la música es un fracaso. Muy lejos de la maravillosa partitura de Jerry Goldsmith para El planeta de los simios, de hace 49 años, la entrega de Michael Giacchino carece de creatividad.

Nunca pensé escuchar los secos timbales y bongós de las películas de El Santo en una producción de pretendidos altos vuelos.

Chango ve, chango hace.

Por Horacio Vidal

Posdata: Un último reproche a El planeta de los simios: la guerra: ¿Bautizan los simios a la niña como Nova? ¡Ese es el nombre que Charlton Heston le da a la mujer que encuentra en su aventura de 1968!  ¿No les dió a más la creatividad?

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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2 comentarios

  1. Contundente. Siempre sabes desmenuzar de Pe a Pa una película. Yo la ví y ahora que leo tu reseña caigo en cuenta de muchas cosas que mencionas.

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