Hermosillo, sábado 5:03 am y una dama recostada a mi lado. “Como desperdiciar este momento, total el camión sale a las 6″. Unas monedas residuos del día anterior, mochila con ropa y aditamentos, cobija, suéter y mi fiel golo a ver qué sale en el camino. Destino final: Álamos, Sonora.

 

Al llegar a la plaza esa donde está Radio Sonora, seguimos en Hermosillo, varios “progenitores del movimiento radical rebelde hermosillense” en primera fila. Al fondo un tipo flaco, ojeroso, cansado, pero con mucha ilusión. El camionero dijo que sí habia espacio y que sí cabríamos y si no uno cabe donde sea. Me gusta viajar en el tiempo y eso sólo se logra dormido y poniendo un carro en movimiento. En un abrir y cerrar de ojos ya se estaban bajando del camión. Mientras eso sucede yo me quito las lagañas.

 

Diez de la mañana, muy temprano para una cerveza. “Mi cerebro pide alcohol y mi higado compasión”. ¡Pum! Gancho al costado izquierdo y perdiste. Habría que fijar objetivos. ¡Es sábado y el día apenas comienza! Pa’ luego es cuando: “Yo pongo las dos primeras y con envase”. Lo dije seguro de que otros brincarían y no le equivoqué; factor detonante y reacción en cadena.

 

Activado el movimiento Instalar Casa de Campaña, lugar tu sigue la manada, llegamos a «la casa de don Agus», icono de la banda regaepunkypartyrebelde. Música de fondo, aromas agradables y hasta niños hippies había. Seleccionado el lugar montamos casa y ai’ nos vemos.

 

Las siguientes horas permanecí deambulando buscando a un amigo de Moctezuma que vivía en el pueblo y que me daría chance de lavar el pellejo la mañana siguiente. Sentía que el mundo conspiraba a mi favor: las botellas sobraban y en eso aparece un camarada, tiempo sin verlo.

 

Este cabrón era un tipo de esos que comúnmente llamamos carolones, mamado el wey, un pinche modelo en su versión hippie de Álamos y nos fuimos a dar el rol. Él traía pulseras que andaba vendiendo y yo las cobraba más caras agregando un beso del modelo hippie… Al final se acabaron las pulseras y solo vendía sus besos a las chicas. Siempre pensé que era gay.

 

Mi duda se disipó cuando se lo llevó mi compa de Moctezuma que tambien resultó ser gay. “Qué monada”. Total yo ya andaba pedo y en modo ligue changoleón.

 

Pero además un chingo de cerveza. Ya deperdida si no ligaba tendría compañia esa noche y así fue. Hasta que amaneció y con los ojos bien tostados me dirigí al campamento. No mames, todos los hippies tenían el mismo tipo de casa de campaña y yo chingandome de frío. Pensé: «Donde se escuchen sonidos eróticos, ahí es».

 

Me acoplé con la banda a cantar rolas de los Cadillacs y no me equivoqué: un par de amorosos hacían de las suyas. En algun momento debían salir al baño, he ahí mi oportunidad. «Buenas noches», «¿Quieres un cigarro?»… Qué cinismo, pensé, pero ya habiamos quedado. Ni pío dijeron.

 

A la mañana siguiente una amiga me prometió el desayuno si la llevaba a bañarse a donde yo iría. Le avisé a mi camarada y va: coctel de mariscos en la plaza, deliciosos y super baratos. Terminé tan lleno que ya ni bañarme quería. Pero jamás rompo una promesa (hasta el día de hoy). Una vez limpiecitos, se me acercan los amorosos y me dan una lana para que no dijera nada de su encuentro. A mí me valía madre pero se pusieron y no dudé en aceptarlo.

 

Esa noche me acerqué a los amigos artistas, esos que te saludan pero te ven con cara de no te acoples. Al fin no era mi intención y se los manifesté. Nos tomamos unos botes y se pusieron esplendidos regalándome boletos válidos para comer donde yo quisiera. Algunos artistas ya se iban, otros no los necesitaban; tenía tantos que los repartí y aun así me quedaron. La noche transcurrió y era hora de dormir. Ese día los amantes de la noche anterior estaban peleados y me facilitaron el camino. ¡Yuju!

 

A la mañana siguiente, ya en domingo, me desperté. Sólo quedaban pocos y otros tantos, los progenitores del movimiento, tenían tomados todos los camiones. De lejos veías la mirada de carnicero a punto de tirarle piedra al perro flaco que se para afuera de su negocio. Y asi, poco a poco se fue juntando un cúmulo de amistades, de esos que dicen «yo me quedo, vale madre ya estoy aquí», «unos toques y que siga la fiesta», «ey banda chequen: tengo estos boletos para comer».

 

Uno de los agitadores del movimiento Yo me Quedo recordo una fondita de la famosa Doña Lola que no dudó en cobijarnos aceptando los boletos (igual a ella se los pagarían las honorables autoridades) y se discutió con la papa. Hasta besito nos dio al salir. Barriga llena, corazón contento. Que se arme la música. Saca la trompeta, ensambla el trombón, amarra los tambores y que suene el alacrán.

 

No pasó ni media hora cuando llega la Chiquimafia, una tribu urbana de morrillos del pueblo. Con el puro nombre saquen conclusiones. Una feria y a tocar y el chalán que no se raja. Cheve y cuidado decir que no. Domingo y la fiesta sigue. Esa noche no sé cómo terminó. Sólo recuerdo que el pueblo parecía Walking Death: se levantaban unos y caían otros.

 

A la mañana siguiente, ya en lunes, nos dirigimos a Hermosillo. Unos aún pensaban que era domingo pero las sirenas de la policía del pueblo anunciaba la rotunda despedida: LA FIESTA SE ACABO SEÑORES, YA ES LUNES. No faltaba el piratita con la kawama en temperatura «al tiempo».

 

La travesía a Hermosillo duró casi un día, encontrando gente linda en el trayecto y un trailero seductor que nos trepó a todos sólo por ver las rastas de la chica que nos acompañaba. Es la ventaja de viajar en grupo y con damas.

 

Miércoles 7 de la mañana en clase de Ciencias…. Aún escuchaba los tambores, las trompetas y el bullicio de la gente. En mi viaje recuerdo que pasé por la casa de María Félix, entré a una que otra parte pero el motivo principal siempre fue la fiesta. Más cerca escuché la voz de mi maestra diciendo: «¡Ey tú, cabeza de teflón! ¡¿Dónde andas?!». Uuuy maestra, si supiera… Suspiré.

 

Por Enrique Cruz

«Vamos sobre la fiesta», exclamaron los jóvenes de la imagen en su apurado paso por cierta rúa alamense. Fotografia de Benjamín Alonso.

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Sobre el autor

Enrique Cruz fue cofundador de la Cuarta Generación de parroquianos del Bar Pluma Blanca, en Hermosillo, cuando sus juveniles tendencias autodestructivas lo llevaron a refugiarse en ese antro de mala muerte. Hoy día es un adulto contemporáneo que usa espejuelos.

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