El joven rapaz del relato frota la lámpara legendaria y ve surgir a inmensa y gigantesca criatura; inclinada ante el muchacho, le dice: “¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el servidor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua!”.

¿Cuál es la naturaleza de esos seres? ¿Por qué les decimos “genios”? Genio es talento, lucidez y suprema inteligencia: Da Vinci, Bach, Cervantes, Einstein, Sor Juana y Freud, por mencionar algunos. 

Aunque también hay lugar para la contradicción.

Hugo Hirart apunta que Rafael Cansinos Assens, en su traducción de Las Mil y Una Noches (1955), los llama efrit y en singular, lo describe: “El efrit es por naturaleza poco inteligente. Cuando se materializa lo hace como gigantón monstruoso, con jeta de negrazo bestial y exhalando por sus fauces fuego y risa nihilista y cuando se le reduce a la impotencia, con el poder del exorcismo, se desvanece en humo”.

Nuevos convenios sociales obligan a hacer a un lado eso de “jeta de negrazo bestial”, sin embargo, es imposible olvidarlo al considerar el principal atractivo de Aladdin (Guy Ritchie, 2019): la presencia de Will Smith en el rol, precisamente, del Genio gigantón, azul en su exterior, pero con alma africana. Y espíritu hip-hop.

Estamos frente al conjuro Disney, convertir sus clásicos animados en piezas cinematográficas con calidez humana y suficiente CGI. Hace un par de años, sorprendió a público y taquilla, Jungle Book (John Favreau, 2016) y esta temporada abrió Dumbo (Tim Burton, 2019), con resultados irregulares. 

Así la oportunidad esta cantada. El gancho de la nostalgia. Las tonadas irrenunciables. La mezcla cultural, siempre impune y postmodernista: ahora más cercana a una experiencia Bollywood – o de telenovela brasileña- y bastante alejada del mundo árabe.

Todos conocemos la historia. Aladdin (Mena Massaoud) es un sobreviviente, rata de la ciudad – Agrabah – con aspiraciones y corazón valiente: un diamante en bruto. Tras sostener encuentro fortuito con la princesa Jasmin (Naomi Scott), es reclutado por el infame Jaffar (Marwan Kenzari) para extraer de la Cueva de las Maravillas la lámpara que aprisiona al Genio y que puede dar a Jaffar el poder tiránico que éste anhela.

Sin embargo, será el proletario muchacho quien se convertirá en el amo del efrit e intentará disponer con suma prudencia de sus magníficos y primigenios “tres deseos”.

Transformarse en príncipe – “Prince Ali, fabulous he!, Ali Ababwa!” – para conquistar a Jasmin y obtener el favor del Sultán (Navid Negahban) es voluntad obvia. Y es aquí que aparece el reto para Will Smith. Su desafío no es llenar los zapatos dejados por Robin Williams en la versión animada de 1992. Después de todo, el finado bufón solo puso voz y gracia.

Se trata de alcanzar el trabajo de Michael James Scott en las representaciones de Aladdin en Broadway. Las coreografías de “Friend like me” y, sobre todo, “Prince Ali” son reflejo de aquel musical que aún conservan la impronta y estilo, desinhibido y flamboyante, del genial intérprete teatral. 

Con un metraje mayor, Aladdin presenta adiciones al argumento de la célebre caricatura de hace 27 años. Por una parte, pretende explorar la relación amistosa entre el Genio y Aladdin; y por otro lado, confiere a Jasmin un discurso de empoderamiento femenino a través de nueva melodía, “Spechless”, escrita contra el patriarcado opresor que dicta, desde la violenta y milenaria Las Mil y Una Noches: “Calladita te ves más bonita”.

Es verdad. Scherezada desafió el paradigma. Y venció con historias que la salvaron de la muerte. Pero la arenga feminista en esta producción puede parecer forzada.

Además, no es justo culpar solo a Mickey Mouse de la mixtura cultural, a un tiempo cómica y cínica en Aladdin. Recordemos, por ejemplo, a Tin Tan y su propuesta Las Mil y Una Noches (Fernando Cortés, 1958), donde odaliscas y esclavas se entregaban al frenético ritmo del mambo. 

El problema con Aladdin es Guy Ritchie. Esta es una película de encargo, quizás la más distante a su formación. Secuencias de acción se antojan bien logradas, pero los números musicales exigían un compromiso mayor en ritmo, sincronía y edición. 

El arquetipo del chico pobre que se vuelve rico y toma por asalto el paraíso regresa por sus fueros. 

¡Ah, ladino muchacho!

Qué leer antes o después de la función

Las Mil y Una Noches, de autor anónimo. Una colección de historias del Medio Oriente entretejidas a partir del deseo de venganza por parte del Sultán que descubre la infidelidad de su esposa. El monarca ordena a su visir le proporcione una doncella cada día para poseerla y después asesinarla. 

Scherezada, mujer inteligente, elude la muerte contándo al Sultán historias que provocan el interés del misógino soberano, salvando así a centenares de jóvenes del caprichoso príncipe.

Fue Antoine Galland quien, en 1704, introdujo a occidente el libro, incluyendo relatos no considerados por la versión árabe: Simbad el marino, Ali Baba y los Cuarenta Ladrones y Aladino y la lámpara maravillosa.

Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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2 comentarios

  1. que es CGI? En algún lado he leído que el t´tulo origina es Una y mil noches, no es así? Quw gacho le dices a Robin williams, finado bufón, creo fue algo mas que eso…saludo

    1. Admito que el vocablo «bufón» tiene dos acepciones. Yo pretendí utilizar la buena: «Persona, generalmente de aspecto grotesco, que en la Edad Media y principios de la Moderna se encargaba de divertir a la corte con historias graciosas y chistes». CGI es la abreviatura de Computer Generated Imagery, o lo que es lo mismo, Imágenes Generadas por Ordenador. En resumen, lo que permite esta tecnología es que la ficción parezca lo más real posible. Antes de todo esto, los efectos visuales requerían un gran trabajo manual. Ahora, respecto a Las Mil y Una Noches, la referencia que tengo es la de todo occidente: la que surge a partir de la traducción francesa de 1704. GRACIAS POR SUS COMENTARIOS. SALUDOS.

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