Hermosillo, Sonora.-

Anoche cogí taxi. Pero antes de eso pasé por el parque de la Leona Vicario y fiel a mi costumbre detuve mi mirada en el partido de voleibol que ahí se disputaba, un oasis en medio de gente pegada al celular, cuando no al volante. Para mi sorpresa, uno de los jugadores lo era mi querido Chickenflower, buen amigo de mi infancia pueblerina.

El dedo es cortesía de la casa

Le tomé esta foto para sorprenderlo algún día y me quedé bien a gusto viendo un juego reñido, con muchos ires y venires, caídas y carcajadas. Luego descubrí entre el público a Melissa Palacios, joven talento de la danza contemporánea local, y conversamos sobre temas varios. Finalmente retomé mi marcha a la Sociedad Sonorense de Historia, donde me esperaba una presentación de libro que gracias a mis desvíos la agarré comenzada-casi-terminada.

Como se aprecia en la imagen, el libro se intitula Masacre en San Pedro de la Cueva, en referencia a la venganza de Pancho Villa cuando mandó fusilar a setenta y siete «sanpedrerenses» -qué gentilicio tan feo, pero es el que usaron anoche- que osaron matarle un sobrino que venía entre sus huestes, un dos de diciembre de mil novecientos quince. La asistencia al evento fue genial, y entre las personalidades que nos acompañaron los había dirigentes del PAN y del PRI, quienes mostraron tener conocimiento del tema, así como investigadores nacionales y locales, entre ellos Elizabeth Cejudo y Magaly Vásquez, poderosas historiadoras emergentes de la escena local. Sin faltar, por supuesto, las huestes villistas de siglo XXI, esas que arrasan -arrasamos- con las viandas allá donde los haya. Y digo bien cuando digo «allá», pues anoche muy a fuerzas dieron tristes vasitos de vino corriente y sabrosas obleas con mucho cacahuate, una combinación extraña como exitosa. No obstante, me preocupa que los ingresos de Nicolás Pineda Pablos -coautor del libro- como profesor investigador de El Colegio de Sonora no le alcancen para agasajar a sus invitados con un ambigú a la altura de las circunstancias. En fin, lo importante es que la presentación del libro «estuvo muy buena», como le dije a mi patrona buscando justificar lo injustificable.

Salimos del recinto mi pariente y yo. Don Rodolfo Rascón Valencia, leyenda viva de la crónica sonorense, es mi pariente y anoche mi invitado.

-Vaya a la presentación de libro, pariente

-Pero batallo mucho con los méndigos camiones

-No hay purrún, yo le doy raite en la carcacha

Pero no hubo tal. So, intenté pedir un Didi con el mentado cupón del primer viaje gratis pero me hice bolas con la app y terminé cancelando el viaje. La de Uber tenía que reinstalarla y opté por no perder más tiempo, llamando a un taxista al que una noche le pedí el número bajo la eterna promesa de «luego te llamo para entrevistarte, tienes muy buenas historias».

Dejamos a don Rodolfo y seguimos la marcha.

-Ya me acordé por qué te cogí el número. Porque me contaste de una chica que de día era estudiante de la Uni y de noche tu cliente, que siempre la dejabas y recogías de un hotel o algo así

-Ah sí, la Paulina

-No me digas el apellido por favor

-¿Te asustas?

-No, es que me gusta el misterio

Más por expresar un sentimiento que por contar una historia, me platicó una anécdota. Iba él manejando, hizo alto y vio una viejecita batallando con bolsas del mandado que quería subir a la cajuela de un carro de modelo reciente y con las luces preventivas encendidas. Sincho es Uber, pensó, y espetó al chamaco sentado al volante: ¡Ayúdale, cabrón! Antes que Arturo, mi chofer, un indigente le hizo una señal al plebe en el mismo sentido. Al tercer llamado de atención, también de Arturo, «el pendejo se bajó y le quiso ayudar, pero la doñita le dijo ‘deje ai» y me preguntó si estaba libre. ‘Por supuesto, madre, véngase pa’ cá'».

La veterana le confesó que ella usaba puro taxi, que esa madre del Uber se la había mandado su hija de última hora porque no pudo pasar por ella y que, aunque son caros los taxis, ella los prefería porque se las saben de todas todas.

-Y es que ahora cualquier cabrón se cree taxista o chofer. Pero nel, no es así tan pelada, tiene su chiste

Siguió su explicación y en medio de ella caí en cuenta que la mayoría de mis entrevistables son taxistas, uno que otro de Uber. Luchando contra la evidencia del momento, hice un esfuerzo por demostrarme que los choferes fresas también tienen historias calientes. Y siendo honestos sí que las tienen, pero su narrativa es floja comparada con la de estos cafres, que salieron del bajo mundo y siguen en contacto con él. No por nada el Arturo despreció un trabajo como chef en Nueva York.

-Antes de esto fui cocinero, chingo de años. Una vez me ofrecieron jale en el otro lado pero no me fui. Nunca he estado allá pero no me gusta. Me imagino que un gringo me dice algo y no me voy a quedar quieto. Le pongo unos putazos y al bote voy a dar. Acá se trenzan y hasta quedan como amigos.

Me resbalé por el tobogán de la reflexión, sopesando los pros y los contras de ambas sociedades, una con su orden y la otra salvaje. Arturo me interrumpió:

-La chamba era en una de las torres de Nueva York

-¿Las que tumbaron?

-Simón. Me invitaron en el dos mil y un año después a la verga van pa’ bajo

-A la bestia, qué buena suerte

-Te digo que no me gusta el otro lado

Texto y fotografía por Benjamín Alonso

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Sobre el autor

Premio Nacional de Periodismo 2007. Director de Crónica Sonora. Escríbele a cronicasonora@gmail.com

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18 comentarios

  1. Interesante paradoja que representan los ubers frente a los taxis, y ni que decir de los llamados «Didis». Buen ejercicio de usos y costumbres de las viejas prácticas versus el mundo digital.

    1. ¡Picosa, por heterodoxa, tu crónica, mano! El vaivén de imágenes montadas en su discurso «espontáneo», genera mientras se lee una sensación de vértigo. No digo que esté mal. Me parece, a fin de cuentas, una oportunidad de conceder al lector el papel coprotagónico que de facto tiene.

      Saludos

  2. Para ser un buen chofer de táxi hay que conocer los misterios de las calles. Quizá por eso, ellos hagan tantas preguntas a sus pasajeros. Es muy distinta la atmósfera interior de un taxi a la de esos carros de aplicación. Esos últimos, son espacios artificiales manejados por motoristas que tienen otras profesiones y que dicen manejar apenas para «complementar la renta mensual». En los táxis todo es distinto. Los taxistas son más como veteranos de guerra o cuenta cuentos que te llevan a un mundo paralelo, lleno aventuras, de historias escondidas y secretos bien guardados. Lo saben todo porque pasaron por todo y porque subieron a todo tipo de gente en su interior. No son clasistas, como los choferes de aplicación. Bonito texto, Benjamín! Este chofer tenía ángel y fuiste sensible a sus mistérios… Me gustó! 😉

    1. Me atrevo a discrepar. Sin ser un experto en la materia taxitil/uberil (no los he usado más de 10 veces en toda mi vida), diría que las diferencias que pueda haber entre unos y otros no tienen relación directa con su modelo de negocio o empresa que los contrata, sino con el hecho de que unos son profesionales VETERANOS y los otros (mayormente) son NOVATOS aprendiendo su profesión en el arte de transportar gente. Simplemente.

      Con otras palabras: habrá ex-conductores de taxi que ahora serán Uber y apuesto a que probablemente seguirán siendo los buenos profesionales que fueron al volante de un taxi, pero ahora de un Uber/Didi/etc… Y al revés: posiblemente los conductores novatos de taxi también cometan los mismos errores que los conductores novatos de un Uber, como el chamaco del relato de Benjamín. La profesionalidad se gana con los años. Así de simple.

      Nota 1: entre mis amigos conozco a varios conductores de Uber… EXCELENTÍSIMAS Y ATENTÍSIMAS personas que NUNCA DE LOS JAMARES protagonizarían la escena relatada aquí. Y también conozco a un buen amigo taxista, medio pariente, ya muy mayor el señor pero aún en activo y bien activo!

      Nota2: gracias por la crónica Benja, y por esa fina sensibilidad hacia los detalles cotidianos ocultos al ojo inexperto. Y por cierto, hablando de realidades sútiles solo para ojos sensibles, te recomiendo ver la película «Belleza inesperada»… del 2017, protagonizada por Will Smith, Michael Peña, Keira Knightley, Edward Norton y otros. Una historia coral (varios protagonistas) que si me preguntas trata de ser una reinvención muy creativa de la historia de Dickens de los 3 fantasmas de la navidad. El tema: la dificultad de los padres para superar el dolor de la muerte de un hijo. Al final de la cinta se explica lode la «belleza inesperada» y es cuando se te sueltan las pocas lágrimas que te quedaban en la bolsa lacrimal. En fin, sin ser un drama sensiblero ni moralista… es más que un cuento y menos que una crónica. Muy recomendable. La puedes ver en Netflix. 🙂

      https://www.youtube.com/watch?v=8LEg8pdBCzc

        1. Cuirosament vi esa peli el fin pasado, mi estimado Sergi, y me gustó la tesis de la belleza inesperada, por bondadosa y no literal.

          Concuerdo en lo que apuntas respecto a la edad como mentora de estos choferes, y si bien mi relato puede incurrir en estereotipos, la verdad es que en muchos casos son realidades que obedecen precisamente a la edad: un jovenzuelo de hoy nació y vive con la pantalla pegada a la cara; en cambio un ruco no nació en ese entorno, aunque hay cada caso que hace creer lo contrario. Como sea, yo intenté transmitir el sentimiento del taxista y en él el de la veterana. Y, si te fijas, concentro las mías impresiones en lo que hace a la habilidad discursiva de unos frente a otros (plataformeros vs taxistas), y en eso los taxistas suelen ganarle a los otros porque los otros son mas finolis o más callados ya que van viendo el celular y/o porque no han desarrollado su oralidad precisamente porque les gana la visualidad. ¡¡Válgame dios!!

  3. El tema de los chóferes es uno, pero no es el único, yo con tu anécdota reflexiono sobre lo que es salir a la calle a disfrutar de ella, a gozarse recogiendo historias que es algo que nos lleva a tener contacto con la gente. En mi caso es como una patología. Felicidades Bengi, te aventaste.

    1. Conozco esa patología tuya, Abraham, y la he celebrado en no pocas ocasiones, ya como lector, ya como editor de esta plataforma editorial.

      Gracias por tus amables comentarios y vuelve pronto

  4. Subirse a un taxi es siempre una aventura. No aquí en la CDMX, porque ahora están muy maleados. Pero allá en el Norte, sobre todo en Hermosillo o en Chicali, me han ocurrido anécdotas dignas de contarse a los amigos en una carne asada y con sus respectivas cheves. Te mandaré una querido Benja, a ver qué te parece para CS.
    Tu relato me llenó de nostalgia por mi tierra, por el lenguaje sencillo que sólo nosotros, los norteños, entendemos y porque con ese lenguaje, directo, sencillo, burdo, expresamos todos los sentimientos, desde la camaradería hasta el amor, pasando por la ternura sin tener que caer en cursilerías. Abrazo, hermano.

    1. ey Tere muy agradecido con tu generoso comentario. te comento que tu texto está en la cocina. cosa de conseguir una imagen ad hoc y pum papas.

      saludos y salud

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