Moralidad: culpa de la clase media 

Tijuana, Baja California.-

Me reclamó no quererla, que en su éxodo perdió a los hijos y yo, escuchando desde la banqueta, miré como volaba muerta, atropellada en medio de la calle por la que pregonaba gritando fentanilo, dirían los vecinos de la Zona Norte, porque yo ni madres que conocía a la orate.

Iba tarde al jale, caminando por la Primera. Pero pasé a Catedral a persignarme, a pedir por mi chamaco en camino, y que se me pega la que habla sola. Ábrase ruca, le grité frente a los sobadores, los que venden menjurjes y santos junto a la Iglesia, pero ni madres que se iba y yo pura verga que conocía a esa loca. 

Y adentro las doñas me miraban como lo hace mi suegra. Namás por eso agarro de su casa los focos ¡A huevo! Le pregunta a Mercedez que si quiero Coca, tortillas, toalla para bañarme. Pos si construimos arriba de su casa ruca, no mame, si pagamos la luz, el agua y el cable.

Hice la cruz entre ojos cuidándome de la limosna, viejas que, sin lugar pa caerse muertas, impedirán que la difunta y los pobres subamos al cielo con nuestras colectas. Tantos canales que hay, ¿no? y  duro que dale con una programación en boga anterior a la imprenta. 

Así es Mercedez. Puro intríngulis. Como las comidas que entrego todo el día: muy tiquismiquis. Manejando la moto sólo pienso en agarrar el rollo, en aferrarme a ella y al segundo piso que emplastaremos después de bautizar al chamaco como el cantante de Voz de Mando.

Y por eso me tronó, al chile, traía broncas porque no loqueo en la casa, pero neta que a la adicta yo no la empujé. Estos cabrones no la perdonan ¿A usted por qué lo treparon, mi mai?

Texto de Eduardo Carrillo Vázquez

Fotografías de la iglesia de marras por Luis Gutiérrez @lougtz21

Sobre el autor

Infección cultural, reciprocidad y jijijí desde Tijuana

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