El asalto de la noticia

Había transcurrido casi una semana desde que me despedí de ellas. Era la primera vez que me separaba tanto tiempo desde que éramos tres en casa. Parte del tiempo que estuve solo en el apartamento lo pasé elaborando el plan de actividades que realizaríamos juntos, una vez que nos volviéramos a encontrar el fin de semana. A las 6:12 de de la mañana, con 15 grados centígrados que me tomaron desprevenido en pleno verano, abordé el tranvía rumbo al aeropuerto de la ciudad de Leipzig.

 

Era el sábado 6 de junio de 2009 y había llegado con exactitud cronométrica la ciudad de Colonia, donde me esperaban mi esposa y mi hija. No tomé el elevador para no perder tiempo. Bajé diligente las escaleras para alcanzar más pronto el estacionamiento. Como cosa milagrosa columbré el auto a la distancia, detrás de sonidos de claxon, abrazos y columnas de vapor que lo volvían todo una masa blanda y móvil. Al acercarme, la voz de mi esposa sugirió que acomodara rápido el equipaje. Mis ojos buscaban desde lejos la cabecita rala de mi hija en el asiento trasero.

 

No eran aún las 9:30 de la mañana cuando ya se perdían en el retrovisor los anuncios de las aerolíneas que coronan la salida del aeropuerto. Arrellanado en el auto detecté las primeras novedades sucedidas en mi ausencia: me maravilló poder reconocer cuanto le había crecido el cabello a mi hija, el escaso tiempo que no estuve con ella. Con mi esposa, contrario a lo habitual, intercambié sólo un par de caricias, antes de contestarle que el viaje había sido muy bueno. Estábamos por alcanzar por ese entonces la autopista. Cerca de dos minutos no intercambiamos palabras. Ese fue el preámbulo de la macabra noticia que después me daría.

 

“Están anunciando por la radio que en una guardería de Hermosillo ha habido un incendio en el que han perdido la vida 27 niños”, me comentó. Mi reacción fue más de rechazo que de incredulidad. “No puede ser”, le respondí, “seguramente ha sido un error”. Sabiendo que el alemán es su lengua materna, le contesté que posiblemente no había escuchado bien o que quizá se confundió con el nombre del lugar. “Hermosillo no es nunca noticia de nada”, pensé, “no creo que haya pasado algo así”.

 

“Han dicho que es una ciudad en noroeste de México”, agregó. “¿Quieres que encienda la radio para que escuches?”. “No”, le contesté con decisión, “déjalo así, se trata seguro de algún malentendido”. Mi respuesta sólo buscaba convencerme a mí mismo y creo que ella lo notó, pues en el tiempo que duró el viaje no volvió a tocar el tema ni a encender la radio en el auto. Muchos días habrían de pasar antes de poder explicarme porqué uno se cierra autodefensivamente después de oír una noticia semejante. Lo cierto es que la sola posibilidad de que algo así hubiera sucedido efectivamente, hizo que sintiera sobre mi espalda una pesada nube de plomo.

 

Colonia era por la mañana también una densa nube ese sábado. Después de comprar dos cafés para llevar, comimos apurados resguardándonos de la lluvia bajo los toldos que guarecen las vitrinas y escaparates del centro de la ciudad. Dejamos el paseo por el parque para otra ocasión. Al llegar a la parte más baja de la ciudad, apuramos el paso, batiendo la carriola para esquivar los camiones repartidores de cerveza que surten los bares y restaurantes del lugar los sábados por la mañana.

 

Secamos una banca como pudimos y nos sentamos junto al Rin. En los tres minutos que pudimos permanecer ahí nos entretuvimos divisando la terraza de nuestro chalet en Deutz, al otro lado del río, cuarenta metros cuadrados de piso donde vivimos juntos cuando éramos estudiantes. Los árboles y el puente, los paseantes, todo estaba ahí como antes.

 

Volvimos bajo paraguas al auto. Durante el recorrido por la ciudad me cruzaron una y otra vez los peores presentimientos. Ello me volvió todavía menos comunicativo. La noticia seguía dándome vuelta en la cabeza. Llegaba una y otra vez a las mismas interrogantes, a las cuales no he podido encontrar hasta hoy respuesta adecuada: ¿Dónde puede caber en una ciudad tanto dolor? ¿Cómo se puede recuperar una ciudad de semejante pérdida? Prefería pensar en la ciudad y no en las familias, creer incluso en la posibilidad de que la información no fuera cierta. No podía o quizá no tenía más bien el valor de imaginar siquiera el padecimiento de quienes habrían sido alcanzados directamente por la tragedia.

 

Pensar en la posibilidad de un percance de esa índole, en la ciudad donde tengo mis amigos y familiares, me dejó el resto de la mañana divagando, ausente. Partimos antes del mediodía hacia el norte, rumbo a la ciudad donde nació mi esposa. Ahí habíamos acordado pasar juntos algunos fines de semana. Dinslaken sería nuestro cuartel. Sin computadora a la mano, me entretuve por la tarde atendiendo a mi hija y dándome a la tarea de hallar las pocas actividades domésticas que aún quedaban por hacer en la casa de mi segunda familia.

 

Antes de la cena, como de costumbre, esperamos juntos las noticias frente al televisor. El sol se pone durante el verano en esta parte de Europa hacia las diez de la noche, así que al llegar la hora del noticiero nacional, a las ocho y cuarto, la luz entraba aún plena por los ventanales del balcón. Los titulares despejaron en cuestión de segundos toda duda.

 

Klaus Kleber, en el informativo estelar de la televisión alemana, Das Heute Journal, presentó como noticia central el acontecimiento que hasta entonces había mantenido situado en la categoría de lo imposible: “Incendio en guardería mata 31 niños en México”. Aparecieron después las primeras imágenes y la información hasta ese momento recabada. Tome nota de las expresiones que posteriormente se vertieron y me di cuenta de que el acontecimiento era mucho más tétrico de lo que horas antes había escuchado.

 

“La desesperación reina en un jardín de niños en Hermosillo, muchos padres aún no saben si sus hijos están vivos o muertos”. Con las anteriores palabras comenzó a describirse la tragedia.  “Cuando el fuego irrumpió había cerca de ciento cincuenta niños y niñas en el establecimiento. Los vecinos”, añade el reporte Sandra Theiss para ZDF, “acudieron a sacar niños al ver aparecer el fuego, y salvaron a todos aquellos que pudieron sacar consigo”. Según la información disponible, muchas de las víctimas fueron sorprendidas por el siniestro mientras dormían. “Más de cincuenta niños están graves, para muchos otros el rescate llegó demasiado tarde”. Una empleada entrevistada describió que de pronto vieron el techo incendiarse, al momento en que oyeron sonar la alarma comenzaron a sacar a los niños. La nota concluyó señalando que no estaba claro aún “como se había iniciado la tragedia”.[1]

 

Las imágenes transmitidas, vistas desde esta parte del mundo, contrastan sobremanera: una bodega con techos de lámina usada como guardería, en medio de un suburbio sin pavimentación, casas a medio construir a los alrededores, postes de luz, alambres por doquier y humo. A lo anterior se sumaba a ello el llanto y la desesperación de los padres, las prisas de los involucrados en el rescate, los zapatitos, las colchonetas y los juguetes en el suelo, esparcidos, quemados. No quedan muchos comentarios que hacer después de ver esas escenas. Lamentarse es poco. Frustrarse por el estado de cosas de tu comunidad también. Queda por ello un sentimiento de duelo, impotencia y desorientación.

 

Es conocida en mi familia y grupo de amigos la predisposición personal que tengo para defender y en cierta medida justificar lo que pasa a mi país. Busco siempre explicar las contradicciones inherentes al nivel de desarrollo por las que transitamos. Quizá fue eso lo que llevó al padre de mi esposa a afirmar que tragedias de esa naturaleza no son exclusivas de sociedades como las nuestras. “Aquí vivimos hace poco algo semejante”, añadió. “Uno no sabe nunca donde está parado”.

 

Contrario a lo planeado, una vez que hubimos escuchado las noticias, la cena fue amarga y breve. Atrás quedaron los planes de celebrar no habernos visto durante mucho tiempo. Era evidente el vacío, la sensación de pesar, el respeto por el dolor ajeno y a la vez cercano, que por muchas razones no podía sernos indiferente.

 

El acontecimiento en la prensa local

En las imágenes trasmitidas busqué rostros conocidos. No encontré ninguno. Por la noche seguí dándole vueltas al tema. No pude por ello engarzar más de dos horas seguidas de sueño. Me preguntaba ahora a quién de mis conocidos, a qué gentes que alguna vez habría visto en algún lugar, en la calle, en algún centro comercial, en alguna sala de espera, le pudo haber tocado la suerte de ser alcanzada por la tragedia.

 

Por ese motivo, el domingo 7 de junio abandoné la cama muy temprano. Todos estaban aún dormidos, así que decidí salir a comprar el diario y buscar más noticias sobre los sucesos en Hermosillo. Las calles estaban vacías y el fresco de la mañana hacía apretar el paso. El barrio de Hiesfeld tiene más espíritu de pueblo que de cuidad por las mañanas. El silencio que reinaba era aderezado a esas horas por el olor de dos panaderías cercanas. Me dirigí a la Jahnplatz, frente a la iglesia hay un puesto de periódicos que sólo es visitado a esas horas por borrachos o madrugadores. En esta ocasión yo pertenecía al segundo grupo. Pedí un café y luego me volví buscado el aparador donde estaban los periódicos y las revistas.

 

Como seguramente sucede en otras ciudades europeas, la oferta periodística en Alemania es muy amplia. El espectro de calidad también. No sé que me llevó a tomar esa decisión; en vez de comprar el periódico de mi preferencia, se me ocurrió buscar un diario regional. “De ser posible”, pensé, “algún periódico local”. Actué como si ese hecho pudiera aminorar la gravedad de lo sucedido. No tenía muchos elementos para elegir, así que la decisión tuvo algo de azarosa. Las notas que encontré no fueron por desgracia menos crudas.

 

Revolví el periódico buscando la noticia sin importarme el orden, como quien separa hojas de lechuga. En la sección general, un título advertía lo peor. En él se retomaba la declaración de un bombero involucrado en el rescate, quien a la luz de los acontecimientos preguntaba “¿dónde ha quedado Dios?”. “La más joven de las víctimas tenía apenas cuatro meses de nacida”, rezaba la nota.

 

Sandra Weiss resumía para el Westdeutsche Allgemeine Zeitung la opinión de los vecinos: “reinaba un gran caos”. Su nota señala que “las educadoras corrían hacia el humo. Intentaron inútilmente abrir las puertas”. “Por fuera tuvieron los vecinos que derribar con sus autos los muros del edificio para salvar a los niños de las llamas”. La descripción del sufrimiento es escalofriante: “Una de las víctimas mortales fue Camila, de tres años de edad, quien fue sepultada el sábado, […] mientras su hermana de cuatro lucha por su vida en una clínica”. Un médico entrevistado por la reportera describió que “todavía ayer buscaban los padres a sus hijos en los hospitales”. “Por la severidad de las quemaduras”, concluye el pediatra, “es frecuentemente difícil identificarles”.[2]

 

El artículo de Klaus Ehringfeld, en la sección internacional añadía que “lo que sucedió en la ciudad de Hermosillo, ubicada en el noroeste de México, es la pesadilla de todo padre de familia.” “Aparentemente surgió el fuego del edificio contiguo y se traspasó por efecto de las corrientes de aire a la guardería”. También señalaba que “la estancia debió carecer de salida de emergencia o tener una inaccesible” al momento de presentarse el incendio.

 

“Las escenas que se sucedieron en la guardería ‘ABC’”, describe el reportero, “pudieron haber sido tomadas de una película de horror: parte del techo de la estancia infantil se colapsó”. El reporte de las víctimas hasta el domingo fue presentado con las siguientes palabras: “En una bodega fabril transformada en guardería murieron 38 bebés y niños de tierna edad, asfixiados gravemente o por quemaduras”. A lo anterior se sumaban las declaraciones del Secretario de Salud del Estado de Sonora, quien señalaba la existencia de “23 niños bajo tratamiento en clínicas”, por lo que pronosticaba aún “más víctimas”.[3]

 

El sol no era suficiente. La falta de café y el frío matinal me hicieron abandonar la banca junto a la iglesia y volver a casa. Atrás quedó la plaza. En la puerta del apartamento oí el ruido de los cubiertos sobre la mesa. Supe en ese momento que la noticia me había dejado sin hambre para el desayuno. Preferí no mejor no quitarle el apetito a los demás y me quedé así, sin comentar los detalles de lo que había leído.

 

Infanticidio: memoria e historia

No existen en el museo de la mezquindad humana crímenes más dolorosos que aquellos que se cometen, intencionalmente o por omisión, contra la parte más indefensa de la sociedad. El infanticidio es lo más doloroso porque hace experimentar conscientemente en el deudo, la muerte de una extensión de sí mismo: la del hijo o la hija infante. El individuo que padece la pérdida está poblado por una ausencia que los objetos cotidianos a su alrededor le hacen patente a cada momento. Los rasgos, las risas y las expectativas se han ido. Queda la ropita, la foto y la sonaja. Estar vivo es una tiranía, es la reiteración de la tristeza oscilando en su laberinto. El infanticidio es el asesinato de una parte del futuro de una colectividad. Con él sepulta la sociedad algo del capital afectivo que requiere para alcanzar sus aspiraciones.

 

Por su naturaleza traumática, ya sea en forma de mito o de experiencia, el infanticidio ha sido parte de las narrativas maestras de las identidades nacionales. Dos ejemplos de lo anterior son la cultura hebrea y la germana; esto último aparece visible en la tradición bíblica con Moisés y se materializó en las nefastas accioness del progrom durante el nacionalsocialismo.

 

Mateo describe en el Nuevo Testamento las estrategias seguidas por Herodes para evitar el nacimiento del rey legítimo de los judíos.[4] Por entonces, momentos antes del inicio de la era moderna, Herodes habría gobernado Judea con el apoyo del regente romano Marco Antonio. Del mismo modo, reza la leyenda, habría de conservar su poder bajo Octaviano, mejor conocido como el emperador Augusto. El territorio que por entonces cubría su jurisdicción se extendía de los actuales estados de Líbano y Siria hasta el desierto de Negev, en el sur.

 

La tradición cuenta que temeroso de las pretensiones al trono de un nuevo rey, Herodes mandó asesinar a todos los niños de Belem y sus alrededores que tuvieran menos de dos años. El mesías de la religión cristiana habría escapado con auxilio de Dios a Egipto, lugar donde encontraría resguardo. Sin embargo, aparte del evangelio, este hecho no ha podido ser históricamente documentado. Incluso la evidencia material de los últimos años lo ha llegado a contradecir abiertamente.

 

Flavio Josefo, historiador judío de principios de nuestra era,[5] narra en su extensa obra el gobierno de Herodes, incluyendo la historia de sus predecesores y la de su descendencia, sin mencionar en ningún momento lo que afirma la tradición bíblica. Las innumerables muestras de inhumanidad que el cronista documenta bajo su gobierno, particularmente la muerte de su cuñado Aristóbulo, de tierna edad, no distan mucho de actos cercanos al infanticidio, sin llegar a ser por mucho lo que el apóstol describe.[6]

 

Resultados recientes de investigaciones arqueológicas que han sido conducidas desde hace décadas, no han dejado lugar a dudas respecto a la inexistencia de dicho infanticidio. Herodes habría muerto incluso, cuatro años antes del nacimiento del mesías.[7] El pasaje de Mateo es dogma y se asume como hecho porque con él se inicia la redención por el sacrificio, la passion Iesu. La inexactitud queda subordinada al fin último y tiene por ello un lugar efectivo como memoria del pueblo de Dios.

 

El caso germano es exactamente opuesto. En el marco de la limpieza social y racial que emprendió el régimen nazi en la década de los cuarenta, alrededor de 56 niños fueron sacrificados en un sanatorio infantil al sureste de Hamburgo. De 1941 a 1945, en un hospital del barrio Rothenburgsort, fueron inmolados niños con disfunciones físicas o psíquicas. El proceso fue denominado administrativamente “eutanasia infantil” y fue aprobado por el departamento de salud de la ciudad. Un comité médico evaluó los casos, ordenó y supervisó la “muerte en gracia” de aquellos niños cuya constitución fue clasificada en la categoría de “vidas sin valor”.[8]

 

La ciudad conoció otros casos de exterminio infantil en campos y lugares diseñados para ello.[9] Ninguno sin embargo de tal crueldad y magnitud. El caso del sanatorio infantil, hoy convertido en el Instituto de Higiene de la ciudad, se dio a conocer hace trece años por casualidad. Un cronista del barrio dio información al respecto que posteriormente fue documentada en archivos. Trabajadores y autoridades sociales y culturales erigieron desde entonces una estela “contra el olvido”, que consigna que en el infanticidio, “ninguno de los participantes fue llevado a juicio”.[10] La recuperación documental, detallada y con nombres que dan rostro a las víctimas de este acontecimiento tiene así, en la comunidad de origen el carácter de experiencia, su narración para el presente es por lo tanto, algo sucedido: historia.

 

El infanticidio perpetrado en el incendio en Hermosillo se diferencia de los casos anteriores en la ausencia de una voluntad criminal dirigida al infante. No obstante, ni en la memoria ni en la historia contemporánea hay antecedente de una omisión criminal que adquiera de cerca la magnitud de las repercusiones suscitadas en México, por lo menos en cuanto a vidas humanas y daños corporales permanentes se refiere.

 

Comercio de sangre

Los comentarios vertidos por mi suegro al momento de ver el noticiero, me hicieron buscar información en el pasado reciente, respecto a una tragedia de dimensiones similares en Europa. El martes siguiente, después de comer, partí a averiguar algo al respecto. En la Biblioteca Nacional Alemana, ubicada frente al instituto donde por entonces estaba residente en Leipzig, pude documentar uno de los incendios de mayor trascendencia en la memoria colectiva europea. Existen no obstante paralelismos y diferencias significativas que permiten poner en perspectiva el siniestro suscitado en la capital sonorense.

 

El 13 de mayo de 2000, en el barrio de trabajadores Mekkelholt de la ciudad de Enschede, Holanda, surgió un incendio que intempestivamente segó la vida de 22 personas, dejando a cerca de mil individuos con lesiones graves. En medio de un sector habitacional operaba desde 1977 la empresa S.E. Fireworks, una fábrica y bodega de fuegos pirotécnicos.

 

Por razones que escapan a toda lógica, la empresa poseía desde su establecimiento, autorización para almacenar ahí hasta una cantidad de 16 toneladas de explosivos clase I y II de la norma europea. Veinte años después consiguió incluso autorización para resguardar la pirotecnia de mayor envergadura en el mercado. Con ello se abrió la posibilidad de solicitar en 1999 un aumento en la capacidad de almacenamiento de material explosivo. Las declaraciones más sobrias de la prensa estiman en ciento cincuenta toneladas la cantidad de artefactos y pólvora resguardada en el edificio al momento de presentarse el incidente.

 

Por la discreción cultivada por la empresa a lo largo de un cuarto de siglo, “casi nadie sabía, que en medio de la ciudad comerciaba un negocio con semejante material peligroso”. “Esa fue la razón”, fue afirmado, “por la cual la población pensó primeramente que se trataba de fuegos pirotécnicos”. Con esa capacidad de detonante “la tierra se sacudió, en tanto que el cielo ardía”.[11]

 

Se estima que cerca de 1500 conjuntos departamentales fueron dañados por la explosión, dejando momentáneamente sin hogar a 1250 personas. Los costos de la tragedia fueron estimados en 454 millones de euros. La autoridad, buscando acallar las manifestaciones de inconformidad de la población, prometió dos días después del suceso realizar una investigación “completamente independiente”.[12]

 

La fiscalía consiguió que un tribunal de delitos comerciales de la población vecina de Almelo condenara, dos años después de la tragedia, a Andries de Vries, de 35 años de edad, por haber pegado fuego a la fábrica. El diario holandés De Volkskrant señaló que la decisión del tribunal se basó entre otras cosas en las declaraciones de “numerosos testigos”.[13] El acusado habría planeado daño al inmueble desde meses antes y habría buscado la ayuda de personas para fabricarse una coartada. En un primer momento, ayudó a esclarecer el crimen la aceptación de los cargos que el inculpado realizara en un interrogatorio privado frente a un policía encubierto. La sentencia dictada estableció 15 años de prisión para el inculpado y fue recibida en diferentes partes con muestras públicas de indignación por considerarla poco ejemplar, muy benigna.[14]

 

De Vries no fue sin embargo el único sentenciado. Los dos propietarios de la fábrica, Ruud Bakker y Willem Pater fueron hallados culpables de daños al medio ambiente, de venta ilegal de artefactos pirotécnicos, de operar sin permiso la producción de explosivos y de transportar pólvora.[15] La sentencia no fue más rotunda que la anterior: privación de la libertad por seis meses, tres de ellos bajo prisión domiciliaria, debido a la edad de los dueños y a que como tales éstos no tuvieron intervención material en el incendio. El fiscal habría pedido treinta meses de cárcel.

 

Debido a la calidad del interrogatorio, calificado por la defensa de “humillante e injusto”,[16] de Vries salió libre en mayo de 2003. A ello pudo ayudar el hecho que el cuerpo de bomberos no pudo excluir como factor de ignición un corto en el sistema eléctrico. Desde un principio hubo motivos para alimentar la inconformidad de los residentes de Enschede. El gobierno de la provincia le recomendó al municipio elaborar un plan de seguridad para el depósito un año antes de la tragedia.[17] El gobierno de la ciudad habría no sólo ignorado la recomendación, sino ampliado la capacidad de almacenamiento.

 

No fueron esos los únicos agravantes. Según un artículo publicado en Londres por The Independent, una semana antes de la explosión S.E. Fireworks habría probado exitosamente las medidas de seguridad y cumplido con las prescripciones de salvamento establecidas por la autoridad holandesa correspondiente. Muchos habitantes del barrio demandaron al estado por desatención y desinterés gubernamental deliberado, así como por lo que consideraron como afirmación sin sustento: el hecho de que el incendio habría surgido accidentalmente.[18] El sentimiento reinante fue doble, hubo quienes señalaron que “tanto la autoridad como los propietarios de la fábrica habrían sido los responsables de la explosión”.[19] Otros que “habían fracasado todos”.[20] En un informe de la investigación presentado el 15 de enero de 2001, se especificaba cómo “la empresa, la comunidad y los bomberos, todos, cometieron errores”. “Nadie quiso ver en Enschede el riesgo: las carencias no fueron enfatizadas, los riesgos no fueron tomados en serio”.[21]

 

Habiendo transcurrido un año de la catástrofe las víctimas luchaban aún por sus derechos, particularmente en lo concerniente al pago del tratamiento para la superación del trauma psicológico. Exceptuando el caso de “dos empleados municipales” que debieron renunciar a sus puestos, nadie padeció consecuencias jurídicas por el incidente, mucho menos enfrentar prisión por las conductas agravantes que ocasionaron el siniestro.[22]

 

El fuego y la ciudad

Más de tres horas duré consultando información, mucha de ella complementé después. Había pasado mucho más del tiempo que me había propuesto estar en la biblioteca. Llevé conmigo las notas que pude encontrar y que me han servido para redactar estas impresiones. Afuera, los tilos del parque apenas sirvieron para guarecerme de la lluvia. No me quedó ya más tiempo para la merienda, así que no tuve otra que conformarme con un té de hierbas.

 

Cuando redacté estas notas, no pude sacar conclusiones de algo que aún estaba sucediendo, pero en el caso del incendio en Hermosillo es necesario insistir sobre lo evidente. La noticia del incidente, por su crueldad, el número de víctimas y la naturaleza del grupo social directamente afectado, tuvo presencia en todos los rincones con acceso a información electrónica del mundo. El menor sentimiento que desató fue el de consternación: una sensación ambigua que enajena al individuo, dejándole en un campo indefinido entre angustia y coraje respecto al estado de cosas reinante en el país.

 

Camino a la oficina, en medio del ambiente más indiferente, veo pasar los pisos por las paredes de cristal del elevador. Busco la llave en el bolsillo del pantalón y sé lo difícil que sería para mí soportar una pérdida como la que tantas familias padecen en la ciudad donde hace pocos meses también nació mi hija.

 

La información sobre las muertes por el incendio en la Guardería ABC roba el aliento y hela por lo macabro de su naturaleza. Ello es particularmente visible entre quienes se reconocen como parte de la comunidad afectada y comparten su incertidumbre. En la expresión “nunca más” se resume la necesidad de averiguar las causas y la convicción de que en ninguna otra parte del mundo puede permitirse que sucedan cosas como esa.

 

A pesar de existir casos similares, ni en la memoria, ni en la historia se conocen antecedentes más bestiales de un infanticidio como el sucedido el 5 de junio de 2009. Después de esa mañana, casi medio centenar de niños no volvieron a casa ni a los brazos de sus padres. El fuego arrasó ese día la inocencia. Apagó definitivamente, por irónico que parezca la expresión, muchas risas. No obstante las diferencias, en cuanto a sufrimiento humano se refiere, un mismo trazo de ceniza, muerte e indignación une para siempre a Enschede con Hermosillo en una misma topografía global del horror.

 

 

Por Aarón Grageda Bustamante

La fotografía corresponde al funesto hospital de Rothenburgsort, bombardeado en 1943 por las fuerzas aliadas.

 

 

[1] Sandra Theiβ, “Feuer in Mexiko tötet 31 Kinder”, Das Heute Journal, ZDF,   http://www.zdf.de/ZDFmediathek/beitrag/video/770850/Feuer-in-Mexiko-toetet-31-Kinder#/beitrag/video/770850/Feuer-in-Mexiko-toetet-31-Kinder, [consulta: 21 de diciembre de 2009]

[2] Véase la sección Tagesrundschau, artículo de Sandra Weiss, “Wo ist nur Gott geblieben? 38 Kinder starben bei Brand in mexikanischer Kita”, WAZ,  7 de junio de 2009. Una versión electrónica se encuentra disponible en: http://www.derwesten.de/wr/westfalen/tagesrundschau/Wo-ist-nur-Gott-geblieben-id376420.html, [consulta: 2 de enero de 2010].

[3] Véase la sección Welt, artículo de Klaus Ehringfeld, “Brand. Kinder erstrickten in mexikanischer Tagestätte ‘ABC’”, WAZ, 7 de junio de 2009. Una versión electrónica disponible en: http://www.derwesten.de/waz/welt/Kinder-erstickten-in-mexikanischer-Tagesstaette-ABC-id384064.html

[4] Mateo, 2, 1-18. Aquí particularmente el versículo 16.

[5] Flavio Josefo habría vivido del 37 d.C hasta cerca del año 100 de nuestra era, según su principal biógrafo. Véase: Louis Feldman, Josephus’s Interpretation of the Bible (Berkeley: University of California Press, 1998) 837 p.

[6] Flavio Josefo describe en La guerra de los judíos (Editorial Porrúa, México, 1999, p. 45), los delirios Herodes por mantener su poder: “Su mujer, Mariamne, tenía sobrados motivos de indignación por lo que había hecho, y le reprochaba abiertamente el asesinato de su abuelo Hicarno, y el de su hermano Aristóbulo, a pesar de que era un niño”.

[7] Ehud Netzer llevó a cabo las investigaciones arqueológicas con un grupo de investigadores de la Universidad de Jerusalem. Las revelaciones de la muerte y gobierno de Herodes el grande (73 – 4 a d.C), fueron publicados en la edición de diciembre de 2008 de National Geographic Deutschland.

[8] Redacción, “Gedenken an mehr als 50 ermorderte Kinder”, en Welt on line, 10 de noviembre de 1999.

[9] Angelika Ebbinghaus, Heidrun Kaupen-Haas y Karl-Heinz Roth (Comp.), Heilen und Vernichten im Mustergau Hamburg: Bevolkerungs- und Gesundheitspolitik im dritten Reich, Hamburg, 1984, 215 p.

[10] Redacción, “Gedenken. 35 Stolpertsteine für Rothensburgsort”, en Hamburger Abendblatt, 10 de octubre de 2009.

[11] Redacción, “Die Erde bebte, der Himmel brannte”, Berliner Zeitung, 15 de mayo de 2000.

[12] Redacción, “Inquiry into fireworks blast”, BBC, 15 de mayo de 2000. Versión electrónica en: http://news.bbc.co.uk/2/hi/europe/749108.stm, [consulta: 16 de diciembre de 2009]

[13] Redacción, “15 Jahre Haft für Brandstifter von Enschede”, Netzeitung, 22 de agosto de 2002. Versión en línea: http://www.netzeitung.de/politik/ausland/203693.html, [consulta: 21 de noviembre de 2009]

[14] Redacción, “Milde Strafe für Direktoren”, Tagblatt, 2 de abril de 2009.

[15] Redacción, “Unglück von Enschede. Haftverschonung für Fabrikdirektoren”, Spiegel, 9 de agosto de 2000.

[16] Ver nota 13.

[17] Stephen Castle, “Nach 400 Häuser und 15 Straßen sind durch Feuerwerk Explosion verbrannt, die niederländische fragen: War es Brandstiftung?”, The Independent, 15 de mayo de 2000. Véase: http://www.independent.co.uk/news/world/europe/after-400-homes-and-15-streets-are-incinerated-by-firework-blast-the-dutch-ask-was -it-Brandstiftung-716195.html, [consulta: 21 de diciembre de 2009].

[18] Ibidem.

[19] Edgar Denter, “Untersuchungsergebnis für Explosions-Katastrophe: Kein Hauptschuldiger für Enschede, Fabrikleitung und Behörden müssen Verantwortung tragen”, Rhein Zeitung, 28 de febrero de 2001.

[20] Redacción, “Ermittler: In Enschede haben fas talle versagt”, Netzeitung, 15 de enero de 2001.

[21] Ibidem.

[22] Peter Riesbeck, “Die Katastrophe nach der Katastrophe”, Berliner Zeitung, 12 de mayo de 2001.

Sobre el autor

Aarón Grageda Bustamante es profesor e investigador de tiempo completo en la Universidad de Sonora. Investigador invitado en el Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology. Miembro del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Estatal Anticorrupción en Sonora.

También te puede gustar:

5 comentarios

  1. Muy buen texto, Aarón. Una adecuada mezcla entre la recepción personal de la tragedia y el análisis del tema desde la perspectiva histórica. Bien por el artículo y el trabajo de Crónica Sonora para abrir el espacio y circular las ideas. Saludos, Aarón y Benji.

  2. Excelente artículo, Aarón. Hay que volver a revisar también de Max Frisch «Herr Biedermann und die Brandstifter» (no sé si existe en castellano; si no, habrá que traducirlo).

Responder a Benji Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *