La calaca no descansa y no nos deja descansar…

Presentamos un testimonio semblanza que Aarón Grageda prodiga a su maestro, don Mario Cuevas Arámburo, personajazo del Hermosillo bueno y del malo también

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El día de hoy, 28 de diciembre de 2017, me despierto con la noticia de que Mario (como le decíamos quienes lo apreciábamos), ya no está con nosotros. Después de luchar largamente contra una enfermedad a la que siempre hizo frente, decidió aceptar el boleto de tren que le envió el destino. Un boleto, como sabemos, sin viaje de regreso.

Mario deja atrás muchos recuerdos, una infancia repartida entre Mazatlán y el puerto de Guaymas; así como sus tiempos de preparatoria en Sinaloa, su residencia momentánea (después de la licenciatura), lo mismo en Francia que en Suecia, pero también la alegría de sus días juveniles -y el de su único matrimonio-, que lo vinculó de por vida a la Cataluña que Franco nunca pudo hacer suya.

Mario contaba que en los setenta, cuando viajaba de mochilazo por España, según la región donde anduviera prefería cambiar de nombre dependiendo la circunstancia: si andaba por los rumbos de Madrid y sus alrededores se nombraba Manuel Cuevas; si andaba en el norte, cerca del País Vasco, mejor Mario Arámburo. Así podía ser monarquista y republicano al mismo tiempo (y por supuesto pasar mejor la noche en algún hostal con descuento por la afinidad política de su apellido).

Para muchos de nosotros, quienes le conocimos como profesor, Mario era el ejemplo mexicano del bon vivant de los setenta; ese de la gratificación diferida: primero trabajar, luego disfrutar. Las reuniones en su casa de La Matanza eran muy selectas, como selectos eran los vinos que disfrutaba con los comensales. Soy testigo de las mejores conversaciones de sobremesa que haya escuchado.

Por desgracia, el último viaje que tomó Mario sólo puede hacerse sin maletas. Esas quedaron en casa llenas de sus obras: destaca Sonora. Textos de su historia, incontables capítulos de libros sobre la historia regional del noroeste de México, varios artículos sobre sus temas históricos preferidos: la Inquisición, los viajeros extranjeros en México y sobre todo la historia colonial y del siglo XIX en Sonora y Sinaloa.

Después de un largo periplo, que lo paseó como militante izquierdista del movimiento espartaquista por China (donde divisó de cerca a Mao Tse Tung en uno sus últimos mítines), Mario Cuevas decide inscribirse como estudiante de historia en lo que llegó a conocerse como la tercera sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios en París, un posgrado en historia con los grandes historiadores de la época, quedando bajo la tutela de su director, Pierre Vidal-Naquet, con quien concluye el programa y una tesis sobre la misión jesuítica en la isla de Cuba. Después de ello, en la segunda mitad de los setenta, la idea de volver a México rondó de nuevo por su cabeza.

Así llega Mario Cuevas en los ochentas a México y pasa después a la Universidad de Sonora. Con la mujer de la mano y una hija a cuestas, el mítico olor a azahares de la ciudad de Hermosillo no embelesa a cualquiera, sobre todo si padeces 45 grados a la sombra sin estar acostumbrado. Esa fue quizá la razón de una separación matrimonial temprana que (soy testigo de ello), le costó mucho sentimentalmente, y que hasta sus últimos días siempre deseó encausar en los mejores términos.

Mario Manuel Cuevas Arámburo era en sus últimos días jubilado del Departamento de Sociología y Administración Pública. Llevaba una vida casera dedicada a las mañanas del Café Elvira y el avance de sus obras históricas pendientes. Los años de bohemia (que no fueron pocos), quedaron atrás. Colaboraba aún con el Departamento de Historia y Antropología, donde tejió gran amistad con el cuerpo docente e innumerables egresados. Todos recordamos de él su generosidad, sus consejos como historiador profesional, su gusto por la comida y la conversación, pero sobre todo la enseñanza que nos dejó: es mejor paso que dure que trote que canse.

Mario trabajaba como hormiga, lenta pero constantemente. La última semana de noviembre, la Dra. María del Valle Borrero Silva y yo tuvimos el honor de presentar su último libro, relativo al trabajo del visitador José Rafael Rodríguez Gallardo en Sonora durante el siglo XVIII; una obra que realizó en coautoría con su amigo y colega Carlos Castro Osuna.

Personalmente, le debo a Mario muchas enseñanzas, no sólo el honor de haberlo tenido como director de tesis de licenciatura. De él conozco que es mas productiva la constancia que la inteligencia, que una cosa es la pereza y otra cosa la disciplina de tomar tiempo para la reflexión a profundidad. Ambos aspectos son vitales en la frenética vida académica de nuestros días.

Hoy no me queda sino despedir a Mario en el andén y recordarlo con estas breves palabras. Decirle que fue un privilegio contar con él como colega y amigo. Sus restos mortales descansarán en Guaymas, residencia de su familia, pero muchos de nosotros lo llevaremos en el corazón y sin duda, en esos días de canícula, lo veremos de nuevo en nuestro recuerdo, cruzar por alguna plaza de la Universidad de Sonora, caminando lentamente, cargado lo mismo de libros que de bolsas de mandado. Buscó siempre la vida en la historia, lo mismo que en la refriega cotidiana.

Con gratitud y respeto, descanse en paz Mario Manuel Cuevas Arámburo.

Por Aarón Grageda Bustamante

Fotografía de Cinthia Félix

En una escena captada en el Mercado Municipal de su querido Guaymas, Mario Cuevas departe con Magaly Vásquez (por entonces estudiante de la licenciatura en Historia en la Unison, hoy brillante colaboradora de este portal) y con el profesor Gustavo Lorenzana, compañero suyo en el Departamento de Historia y Antropología de la Universidad de Sonora. Mayo de 2010.

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Sobre el autor

Aarón Grageda Bustamante es profesor e investigador de tiempo completo en la Universidad de Sonora. Investigador invitado en el Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology. Miembro del Comité de Participación Ciudadana del Sistema Estatal Anticorrupción en Sonora.

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3 comentarios

  1. Que triste noticia, no queda mas que aceptar los designios de Dios nos deja mucho en lo particular disfrutaba las mañanas de café y largas charlas de anécdotas, por qué aaaa como tenía que contar , y nunca nos repitió anécdota mucho menos nos enfado descanse en paz queridísimo Maestro Mario Cuevas

  2. Que certero homenaje para el profe Cuevas. Los recuerdos de sus clases y las pláticas cargadas de experiencias de vida son invaluables. Descanse en paz un historiador perseverante, un ser humano lleno

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