Ante la coyuntura no llamo a votar, no votar o a votar nulo. Porque la estrategia política de muchos de quienes no estaremos asistiendo a las urnas no está centrada en la coyuntura electoral sino en el fortalecimiento interno de las luchas, en la articulación de los pueblos y de las organizaciones que son quienes se están enfrentando directamente al capital, a los empresarios, a los narcos, a los patrones, a los militares, al Estado. De cualquier manera hacemos visible nuestra posición porque se piensa que los abstencionistas no tenemos argumentos, no hacemos política y somos unos irresponsables. Por eso hay que discutir, más ahora que esta posición tiene tanta fuerza en el grueso de la población frente a la crisis de legitimidad del Estado y de los partidos políticos. Quiero, en este sentido, presentar 15 razones de por qué no voto y celebrar estos momentos de álgida discusión política que, quizás, es lo único que valga la pena de toda la farsa electoral.

 

1)     No voto porque no comparto la estrategia política. Se dice que hay que salir a votar porque si no vamos a favorecer al PRI. El problema no sólo es el PRI, ojalá fuera tan simple como eso. Es el PAN, con sus cientos de miles de muertos y desaparecidos, sus concesiones de más de 40% del territorio nacional a las minerías extranjeras y su constante afán de privatizarlo todo; es el PRD, con todos sus Abarca y sus chuchos y toda su cultura corrupta, clientelar; además, también, de su mano dura y represiva, amiga de los grandes empresarios y enemiga de los jóvenes y de las clases populares -en el DF de Mancera es muy claro lo que digo. Es Morena atravesada por la misma cultura política del país y por las mismas lógicas de todos los partidos. El problema no sólo es el PRI, es toda la clase política nefasta en el país. Es, también, me atreveré a decirlo, la sociedad conservadora, capitalista, consumidora y agachona atravesada por la misma cultura política de los partidos políticos y las clases dominantes.

 

2)     No voto porque quienes deciden el curso de este país no son la clase política. Quienes deciden el curso de este país es la clase económica, con la que todos los partidos han negociado. Pero incluso si no pusiéramos atención en esos pactos, si nuestra estrategia fuera pensar que una persona o un partido son capaces de modificar el rumbo del país venciendo el poder del capital, de las transnacionales y de la injerencia política de Estados Unidos, quizás la estrategia sea sólo una vana esperanza. En un régimen donde la clase política acata las órdenes de la clase económica, la apariencia es que la primera gobierna, que es ella quien legisla. Pero esto no es verdad. Es muy sencillo: si un sector político llega al poder con ideas que contravienen las órdenes de la clase económica dominante se ve más claramente quiénes tienen el poder: se hacen golpes de Estado, magnicidios, desestabilización económica, etcétera. La estrategia del voto pareciera olvidar las fuerzas que hay detrás de la política. Veamos Venezuela, recordemos el Chile de Allende.

 

3)     No voto porque el problema es el modo de producir y reproducir la vida en el capitalismo y ningún partido es anticapitalista. Me he puesto a leer el programa de Morena y, a decir verdad, en ningún momento aparece una crítica al sistema capitalista, lo más que podemos encontrar es una especie de interés en acercarse a algo así como el Estado de Bienestar. Es decir, en hacer que el conflicto de clase aparezca menos visible; lo cual, en última instancia, ya sabemos a quiénes beneficia en mayor medida.

 

4)     No voto porque mi posición está con esa izquierda comunitaria y autonomista que reconoce a los partidos como enemigos divisores de la comunidad, que trabaja por el control territorial de los bienes naturales comunes y por la destrucción de las relaciones de dominio producidas por el modo de producción capitalista, sin buscar tomar el poder estatal, siempre en constante conflicto con él.

 

5)     No voto porque no me representan, ninguno. El horizonte emancipatorio que muchas y muchos estamos construyendo no está inscrito en ninguno de sus programas que, a decir verdad otra vez, se parecen mucho. Nosotros y nosotras queremos un mundo sin patriarcado, sin capitalismo, sin destrucción de la naturaleza, sin racismo, sin colonialismo. Ningún programa de partido se acerca ni mínimamente a ese mundo que queremos. Por eso es tan emblemática la frase: “nuestros sueños no caben en sus urnas”.

 

6)     No voto porque no creo en el sistema político de los partidos ni en la democracia representativa. Porque la forma partido, con su verticalidad, con sus prácticas clientelares buscando la hegemonía, quiere, sobre todo, alcanzar y conservar el poder. Un poder de ellos. Cuando decimos “democracia” pensamos en el gobierno del pueblo por el pueblo y no en el gobierno del pueblo por unos cuantos. Porque no creo que la democracia consista en delegar nuestra capacidad de gobernarnos, de decidir. Nunca ha funcionado realmente ni conocemos a quienes ocupan los curules en el Senado o a los gobernantes. ¿Quién puede, realmente, creer que representan nuestros intereses? Más bien, ellos deciden por nosotros y en función de intereses que no son los nuestros.

 

7)     No voto porque la llamada que hacen los padres de Ayotzinapa me parece legítima. Ante el escenario de guerra, de caos y de muerte que se vive en el país, no votar o incluso boicotear las elecciones donde haya condiciones para hacerlo y defender procesos comunitarios, es legítimo. Prefiero responder a la llamada de los padres de Ayotzinapa que a la del INEE o de los partidos.

 

8)     No voto porque la democracia de mercado no sólo es ridícula, sino nefasta. No creo que la política se haga de colores, membretes o slogans. La “democracia” que hay en México es una democracia que se parece a un mercado: ahí aparecen las caras, los anuncios, los slogans por todos lados como si fuéramos a comprar un carro o un jabón. Ahí ponen las caras de futbolistas, de actores, de gente famosa para vendernos sus productos. Nuestro pago es el voto, nuestra compra: una fantasía. Ellos se hacen ricos con nuestro trabajo, nosotros seguimos perdiendo libertad.

 

9)     No voto porque no creo que las condiciones de lucha necesariamente mejoren con un gobierno de “el menos peor”. Se ha visto en muchos países (Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, etcétera) cómo estos gobiernos cooptan a las organizaciones, las desmovilizan, cumplen demandas populares pero mantienen la explotación y el extractivismo. Engrosan la clase media, que se vuelve aún más consumidora, crean nuevas élites pero al mismo tiempo los grandes poderes económicos siguen creciendo sin problema.

 

10) No voto porque no es desde las cúpulas de poder, desde arriba, de donde viene el cambio. La historia nos dice que siempre las grandes transformaciones se hacen desde abajo, con quienes se organizan y destruyen los sistemas imperantes. El “cambio verdadero” no podrá venir nunca ni de una persona ni de un partido. Basta de caudillismos y de vanguardias.

 

11) No voto porque, finalmente, este que tanto se cacarea como un “derecho” o incluso como una “obligación”, aparece ahora como un mecanismo de las clases dominantes para mantener la pasividad de la democracia delegada, para dirigir la protesta a las urnas, para suavizar el conflicto y hacernos jugar con sus reglas.

 

12) No voto porque el voto no es participación y mucho menos es decisión. Nosotros no decidimos nada cuando votamos. Ellos nos dicen qué podemos decidir: la marioneta de la izquierda o la marioneta de la derecha. Nosotros elegimos su marioneta, pero no decidimos nada más. Quiénes de nosotros ha decidido alguna vez sobre las reformas legislativas, sobre la creación de nuevas leyes, sobre la manera en la que funciona el mercado, sobre cómo deberían ser los gobiernos. Nadie. Siempre ellos, los políticos. Nosotros queremos participar y decidir y para eso, necesitamos una democracia directa, no la farsa que nos vende el INEE.

 

13) No voto porque la clase política me parece aborrecible o ridícula. O es una clase empresarial atravesada -o no, y de todos modos peligrosa- por el narcotráfico o, por lo menos, me parece ajena; ajena porque finalmente son eso: una clase, con sus propios intereses, unos otros que ya no forman parte de nosotros.

 

14) No voto porque ningún partido acompaña o es un movimiento. Que no nos quieran engañar los de Morena con que son un movimiento. En la contienda electoral todos son partidos y se comportan como tales, no hay movimientos partidistas. Todos están separados del conflicto social, ninguno ha hecho nada por Ayotzinapa, ni por las mujeres asesinadas todos los días, ni por los pueblos que están siendo desplazados por las minas o por el narcotráfico, ninguno ha acompañado la lucha de los trabajadores. Todos están metidos en su lógica de ganar poder, no en la nuestra que es la de luchar por la justicia. Entiéndase: nosotros no queremos su poder, queremos el nuestro y para hacer justicia.

 

15) No voto porque también no votar es una manifestación política. No dejamos de hacer política cuando no votamos, dejamos de hacer política cuando votamos y dejamos que otros hagan la política, cuando delegamos nuestra capacidad política a otros. Hacer política es responsabilizarse por lo común. Lo menos político es ir un día cada tantos años a poner una cruz en un papel para otorgarles a otros el poder para que decidan por nosotros y el resto de los día, desresponsabilizarnos de las obligaciones que tenemos para construir comunidad e intentar salvarnos de la catástrofe que vivimos.

 

Saludos combativos desde la ciudad del caos,

A.

Por Alicia Hopkins (hopkinsalicia@hotmail.com)

Fotografía de Luis Gutiérrez

Sobre el autor

Alicia Hopkins es profesora, filósofa y activista sonorense avecindada en la Ciudad de México

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